segunda-feira, outubro 05, 2009

La cuestión de la imaginación en la narración

En un mundo en el cual el bombardeo de imágenes con una cadencia infernal pone en duda la recepción de todas ellas, cabe plantearse la cuestión de la imaginación como un territorio en peligro de extinción. Contrariamente a lo que se podría suponer, este ininterrumpido acoso nos aboca a una saturación tal del imaginario, que acaba colapsándose, impidiendo un desarrollo sostenible del imaginario humano desde el libre albedrío. Esto afecta directamente a la narración oral, arte cuya base fundamental se situa en la creación de imágenes colectivas a través de un trabajo imaginativo, sutentado en algo tan intangible como la palabra y la gestualidad humanas.
Tanto el narrador o narradora como quien recibe los relatos, comparten un lugar común en el cual pueden desarrollarse las historias y sin el cual nada sería comprensible. Este lugar lo integran distintos componentes, como el idioma, la gestualidad, las referencias sociales etc, y, por supuesto, el imaginario colectivo; un imaginario que no surge de un día para otro, o por invención de una mente privilegiada o un narrador excepcional, sino que se va construyendo imperceptiblemente a lo largo del tiempo, participando de ello todos los miembros de una comunidad humana. El narrador tendrá que tener un conocimiento de todo ello para facilitar la entrada en el mundo imaginario que ofrece, al mismo que tiempo que aporta nuevas pautas imaginativas que entrarán a formar parte de dicho imaginario colectivo, o no. Del mismo modo, para que ese mundo imaginario pueda ser parte del hecho comunicativo que supone la narración oral, es indispensable que el mismo narrador "imagine", es decir, que trabaje su propio mundo imaginario, para de esta forma aportar su grano de arena en todo este proceso. Pero así mismo, quien vaya a contar cuentos tendrá que discernir si el mundo imaginario que pretende desarrollar, surge de si mismo y de dicho imaginario colectivo, o sigue, por el contrario, esa corriente que todo lo arrastra, del mercantilismo de la imaginación, por la cual, cada vez más y casi sin darnos cuenta, estamos haciendo nuestro un mundo imaginario dirigido desde grandes transnacionales de la comunicación y el entretenimiento audiovisual; mientras todo un imaginario tradicional, desarrollado y enriquecido durante generaciones, está siendo sustituído por otro que, en función de un mercado de la cultura que atiende a intereses nada imaginativos, va globalizando poco a poco la fantasía, hasta el punto de llevarnos a desconocer los nombres, y hasta la misma existencia, de fantásticos seres habitantes de nuestros bosques, montañas y mares; mientras podemos recitar los más extraños nombres de seres habitantes de territorios que no podemos ni imaginar, ni visitar. Las nuevas tecnologías audiovisuales sustituyen con su espectacularidad el lugar que siempre ha ocupado la imaginación humana, siendo otras personas las que nos muestran, casi tangiblemente, lo que antes se desarrollaba en algo tan humano como la mente.
Pero no nos confundamos, no es este un alegato contra las nuevas tecnologías ni algo parecido. La intención de éstas letras es llamar la atención sobre la importancia de la imaginación en la narración oral, la imaginación como un instrumento de creación de imágenes destinadas a enriquecer un imaginario que nos ayude a entender el mundo en el que vivimos, en vez de alienarnos. Para ello la tecnología puede ser un instrumento, pero no un sustituto. Además ese trabajo del imaginario tiene que ser compartido con la comunidad que participa en la escucha de cuentos, para que pueda aportar una imagen más, siquiera, a ese mundo extraordinario y fantástico que las personas humanas hemos ido construyendo a través de los tiempos. Para todo ello, volvemos a repetir, es indispensable el conocimiento de ese mundo imaginario que nos rodea y que habitamos, no para sustituirlo sino para enriquecerlo. Es una responsabilidad, tanto creativa como cultural y social, de la persona que se adentra en el mundo de la narración oral, trabajar la imaginación desde una visión propia, en la que los estándares culturales comerciales, ocupen el mínimo lugar ante la diversidad cultural de nuestra planeta, un planeta que sólo cabe en nuestra imaginación, como no podía ser de otra manera.