sábado, outubro 09, 2010

Erótica y narración oral tradicional

Como, seguramente, en otros muchos lugares, en un banco de la alameda de mi pueblo está escrito: “¡follar es guay!”. No podemos saber si quien ha escrito esta declaración de principios es mujer u hombre, pero podremos imaginar, cuando menos, que es una persona joven. Entre los descubrimientos de la prehistoria hechos en distintas cuevas, se encuentran pinturas que representan cuerpos femeninos. También se han encontrado figuras en piedra, marfil y hueso con el mismo motivo, es decir, la exaltación de la sexualidad femenina. Y qué decir de las representaciones pictóricas griegas y romanas. El dramaturgo griego Aristófanes imagina una huelga de sexo por parte de las mujeres en su obra “La asamblea de las mujeres”. En muchas fachadas de templos católicos podemos ver escenas “sugerentes. Y en algunos de la India exponen esculpidas en piedra escenas que hoy calificaríamos de pornográficas. Y podríamos seguir así hasta la exclamación de nuestro banco. La sexualidad, entendida como relación entre personas, ha sido tema de representaciones artísticas desde que la gente humana ha tenido conciencia de su propia existencia. Por supuesto, no es nuestra intención comparar artísticamente todas esas creaciones con la juvenil pintada del banco, pero lo que tienen en común es esa necesidad de exponer ante los demás su visión de la sexualidad. Cómo se expresa esa socialización será lo que las diferencia. El grafitti del banco no parece más que una simple exclamación, o, quizás, la necesidad de dar a conocer al mundo el reciente descubrimiento de la belleza de las relaciones sexuales. En los demás casos esa expresividad está acompañada por un planteamiento artístico. No es suficiente con mostrar cuerpos desnudos o relaciones sexuales, es, además, necesario mostrarlo a través de un proceso creativo. Y en la creatividad, la fantasía manda. De esa fantasía surgieron tantos y tantos mitos e historias para expresar las relaciones sexuales y, por qué no, comprenderlas.

Eros fue concebido en los festejos por el nacimiento de Afrodita. Penia, la diosa de la pobreza, fue la madre. Aunque fue invitada a la fiesta, se avergonzaba de su pobreza, quedándose en los jardines del Olimpo. Pensando cómo podría mejorar su situación se quedó dormida. Poros, el dios de la riqueza, se agarro tremenda borrachera y salió al jardín para airearse, quedándose dormido en un rincón, cerca de Penia. Percatándose del hecho, Penia se encontró ante una estupenda oportunidad para mejorar su situación. Se acercó a Poros y comenzó a jugar amorosamente, creyendo este que estaba en el mundo de los sueños. De esta unión surgió Eros. Al ser engendrado el día de Afrodita, estaba enamorado de la belleza. Siendo hijo de la pobreza y de la riqueza, vivió siempre pobre y al mismo tiempo rico, nunca satisfecho.[1]

Cada cultura ha mostrado a su manera las reflexiones, preguntas y actitudes sobre este tema. Los cuentos se convirtieron en un instrumento maravilloso para ello. Además de ser un camino de conocimiento, eran un estupendo pasatiempo, tomando en cuenta siempre las características de la sociedad en que surgían. Y se adentraban en la realidad a través de la fantasía. A través de estos relatos se transmitirán distintos modelos y visiones de la sexualidad, desarrollando en la comunidad una visión común o, por lo menos, parecida sobre dicha cuestión. En la nación ¡xun, al sur de Africa, se cuenta esta preciosa historia en torno a nuestra procedencia. Veamos aquí un pequeño resumen de ella.

En el principio de los tiempos, hombre y mujer no vivían juntos. Un día se encontraron y la mujer lo invitó a su casa. Allí le ofreció una raíz y al hombre le gustó la dulzura de aquel alimento. Después le convidó a tomar una bebida muy agradable, para que no dejase de pensar en ella. Y aquella noche le invitó a dormir con ella, pero nada más. Al día siguiente lo llevó hasta un árbol que crecía lejos. En aquel árbol había un agujero y la mujer le dijo al hombre que metiese su pene dentro. Y que se moviese después. La mujer lo abrazó por detrás y recogió al hombre en sus brazos cuando cayó agotado. Después le acompañó de nuevo a su casa, invitándole a dormir con ella, atados una contra el otro, con las caras una junto a la otra. Y la dulzura del hombre entró en la mujer, y la de la mujer en el hombre. Esta fue la primera vez. El hombre y la mujer vivieron juntos, en dulzura. Todos procedemos de ese hombre y de esa mujer.[2]

No sé cómo serán (o cómo fueron) las opiniones sobre las relaciones sexuales y cuales sus tabús entre los ¡xun, pero comparando este cuento con el de Adán y Eva que aprendimos de pequeños, yo les veo, por lo menos, alguna diferencia. En el cuento ¡ixun el ofrecimiento de los frutos por parte de la mujer se relaciona con la dulzura, en “nuestra” versión, en cambio, con el engaño y el castigo. En el cuento que comentamos sobre el comienzo de la humanidad, llegaremos al final y quizás estemos, por qué no, maravillados y, algo despistados, ya que no sabremos muy bien si estamos ante una narración erótica o mítica, o las dos cosas. Pero, ¿qué importa?, hemos escuchado una bella historia, eso es lo interesante. De todas maneras, nos haremos una inevitable pregunta, ¿qué nos quiere contar este cuento?, ¿el comienzo de las relaciones sexuales?; ¿cómo eran aquellas primeras relaciones entre hombres y mujeres?; ¿cómo tendrían que ser? La necesidad de encontrar una respuesta nos impulsara a una serie de reflexiones sobre nuestras propias relaciones y sobre cómo nos gustaría que fuesen. Lo importante será esa búsqueda, más que la respuesta misma. Mas si de verdad queremos disfrutar de la narración, tendremos que dejar a un lado los prejuicios. En ello tendrá que ver cómo es nuestra sociedad y cómo se desarrollan en ella las relaciones sexuales, así como la educación sexual y las diversas opiniones sobre el tema. Por ello, evidentemente, la narración del cuento que nos ocupa se recibirá de maneras diferentes en el pueblo ¡ixun y entre nosotros. Quizás no sorprenderá esta historia entre ellos y la verán como algo “normal”, parte de su cultura, del mismo modo que vemos nosotros la historia de Adán y Eva. En nuestro caso la imagen que tenemos sobre los cuentos populares y la narración de relaciones sexuales condicionará nuestra comprensión. Pero como la lectura, o escucha, no es única, todas las puertas están abiertas al entendimiento y la reflexión, teniendo cada persona la suya.

El erotismo en la narración oral tradicional

En todas las culturas del mundo aparecen relaciones sexuales en sus cuentos. Es lógico, siendo la sexualidad, entendida desde el punto de vista social, una de las características definitorias de las personas. Es normal, por lo tanto, que aparezca en las expresiones creadoras. En ocasiones, esas expresiones se darán explícitamente; en otras ocasiones relacionadas con el misterio de la vida, cómo el cuento con el que hemos abierto estas reflexiones (¿De dónde venimos?); pero en todas las ocasiones, mostrando cómo se dan las relaciones entre las personas o cómo tendrían que ser, de una manera directa o metafórica.

¿Se pueden definir, entonces, las narraciones populares que abordan las relaciones sexuales como cuentos eróticos? Soy de la opinión que el concepto del erotismo, tal y como lo entendemos en las sociedades modernas, es bastante nuevo. En la literatura transmitida oralmente las cuestiones del sexo aparecerán como tales, sin importar mucho si son eróticas o no. No creo que quien fuese a contar una historia comenzase: “Os voy a contar un cuento erótico”; por el contrario, me creo más que dijese algo así como: “Ahora sabréis lo que le ocurrió a fulano”, y al mismo tiempo, habría un gesto cómplice. Si, es verdad, esto es especular demasiado quizás, pero lo que queremos decir es que, más que para encender la líbido de los presentes, el narrador o narradora, contaría algo en torno a relaciones sexuales, o con el sexo. Y, como en todos los cuentos, llevaría consigo alguna enseñanza o reflexión; pero también, ocasión para la chanza y el divertimento.

Un auvernés [de la región de Auvernia], muy pobre, no tenía para alojar a su familia sino una habitación y una cama, en la que se acostaba junto a su mujer y sus dos hijos.

Una noche de carnaval, se coloca encima de su mujer, con tanto ardo,r que la cama tiembla sobre sus cuatro patas, tanto tembló, que el más pequeño de los hermanos cae al suelo.

Lo suben a la cama, y cuando el marido y la mujer creen que los hijos duermen, comienza de nuevo.

Entonces, el hermano mayor, que no dormía, despierta dulcemente a su hermano advirtiéndole:

-Agárrate pequeño! –le dice-; comienzan de nuevo!”[3]

Aunque esta historia, parece ser, ocurrió en Aquitania, seguramente podría haber ocurrido por estos lares; y con este sucedido, más que cuento fantástico, imaginaremos, aún sin proponérnoslo la magnitud de la fornicación que llevaban a cabo, y en qué condiciones. Seguramente, este cuento no casará con la imagen que nos hacemos de lo erótico; pero si imaginamos la situación sexual que se nos presenta, si visualizamos lo que está ocurriendo en ese tórrido catre, lo percibiremos de otra manera y comenzaremos a jugar con la fantasía, sin necesidad de definiciones. Es, con todo ello, imprescindible imaginar el entorno en que se desarrollan estas historias.

El erotismo no es una figura de una sola cara. Cada cultura construye su propio imaginario, y lo que para algunos puede ser una tontería, para otros, en cambio, es algo increíblemente atractivo. Y aún así, todas las personas pertenecerán al mismo prisma. Cuentan en el Amazonas una historia. Un hombre tenía un pene descomunal. Para ir detrás de las chicas no necesitaba siquiera moverse de su hamaca, ya que ese largo pene les perseguía cuando se bañaban en el rio, y por debajo de la tierra cuando trataban de escapar. Pero el fragmento de la historia más sugerente es cuando la mujer indígena que cuenta la historia la finaliza diciendo:

“¡Ay, si Tampot viviera entre nosotros, vosotras bellas mujeres que estáis escuchando, con esas curvas tan del gusto de Tampot, tan regordetas como le gustaban a él, no os dejaría en paz ni un segundo, tendríais que hacer el amor sin descanso. Os vigilaría con su gran ojo, os acariciaría los labios, hasta que excitadas, los abrieseis en una gran sonrisa…”[4]

¿Podemos hablar, entonces, de erotismo ante estas narraciones? Para ello tendríamos que definir lo más fielmente posible el erotismo; pero, ¿podríamos definirlos así sin saber a ciencia cierta la razón de la existencia de estas narraciones? ¿El concepto de erotismo que conocemos no habrá surgido en otros espacios dentro de nuestra moderna sociedad? ¿No vendrá, en cuanto a narración nos referimos, de una clasificación literaria? Me da la impresión de que esa necesidad de clasificación, no es tan importante en la tradición de la narración oral; porque, ¿qué busca una narración erótica, encender las bajas pasiones de quienes escuchan o leen? ¿Qué diferencia podemos encontrar entre un escritor que decide escribir una narración erótica y contar un cuento de tradición oral en el que se menciona una relación u atracción sexual? No me atrevería a dar una respuesta categórica, pero tengo la impresión de que no se diferencian gran cosa. En mi parecer, lo que las une es la intencionalidad; el contar un relato donde los juegos, las relaciones y las reflexiones en torno al sexo aparecen directa o solapadamente. Lo que nosotros podemos llamar cuentos eróticos, en la tradición popular muchas veces se denominan cuentos para mayores; aunque en algunas culturas este tipo de narraciones también tienen como oyentes a los niños.

En torno a este tema, una de las diferencias más señaladas que aparecería entre la literatura escrita y la oral, sería la percepción sobre lo erótico. La literatura escrita suele ser creación de un escritor, esto es, una persona que, utilizando su imaginación y técnicas literarias, crea un relato. En la tradición oral no hay autor, o no hay un solo autor; se puede decir que cada narrador es al mismo tiempo creador del relato cada vez que lo cuenta; y así, del mismo modo, ese relato crece y se desarrolla. En el primer caso, el erotismo aparece desde un punto de vista individual, en el segundo, por el contrario, desde un punto de vista comunitario, aunque sea un narrador o narradora, desde su propia visión del relato, quien ofrezca la historia.; tal y como nos señala Peter Burke: “El individuo- desde luego-podía inventar, pero en una cultura oral, como ha insistido Cecile Sharp, era “la comunidad la que seleccionaba”. Si un individuo producía innovaciones o transformaciones que coincidían con los gustos de la comunidad, serían imitadas y pasarían a engrosar el stock común de la tradición”[5]. De esta forma, se desarrolla, al mismo tiempo, una transmisión cultural y social, siendo la narración del relato instrumento para ello. Unas veces se mostrará como una suerte de educación sexual, otras como instrumento de transgresión, criticando a quienes imponen unas normas de actuación moral, utilizando, multitud de veces, el humor en la crítica.

Un ateo, que asiste a un entierro religioso, se presenta, como los demás asistentes, a la ofrenda; deposita una moneda en el plato que le alarga el monaguillo, pero le dice al cura, que le ofrece el crucifijo:

-Yo pago, pero no beso.

-Pues yo- le responde dulcemente el cura-, beso pero no pago..[6]

Al escuchar este sucedido, quizás haya quien no lo entienda, pero claro, antes tiene que haber entre el narrador y el receptor una complicidad, es decir, el narrador conoce a su público y sus códigos relacionales, y, al mismo tiempo, quien escucha reconoce al narrador como parte de su comunidad, sea esta del tamaño o características que fuese. Conociendo los códigos se podrá jugar con ellos, con la crítica o la transmisión. Al analizar la cultura popular de la Edad Media, Mijail Bajtin nos avisa: “El hablante es solidario con el público, no se opone a él ni trata de aleccionarlo, no lo acusa ni lo asusta, sino que se ríe con él”[7] Sólo de esta manera podremos comprender, que al narrar historias sobre las tan controvertidas e íntimas costumbres sexuales entre las personas, entren dentro del mencionado stock comunitario. Y se verá la imaginación como el camino más rico para conjurar la realidad. Imaginación y juego, he aquí dos ejes maravillosos, como en los cuentos, de las relaciones sexuales.

Imaginario erótico, juego enriquecedor

Así como la imaginación es un juego, lo es también el erotismo. Y la creación. Es en ese terreno cuando cobra interés. Los relatos que hemos recibido de la tradición (o, quizás, deberíamos decir de las tradiciones), son juegos. Juegan con los intereses y las inquietudes que encienden en nosotros las relaciones sexuales, y ese juego se propone a través de la creatividad; exigiendo, del mismo modo, por parte de quien escucha una atención intelectual. Ese proceso creativo, así mismo, necesitará de una estructura narrativa; basándose esa estructura, ya que estamos refiriéndonos a tradición oral, en acciones, más que en descripciones, en beneficio de la ligereza, como nos recordaba Italo Calvino[8] Después de todo, la idea que podamos tener sobre el erotismo y las situaciones que aparecen en las narraciones tradicionales no están tan alejadas. La salud de las relaciones sexuales, como se ha indicado, la encontraremos en la imaginación y en el juego. Tal y como en los cuentos tradicionales la atracción mutua, la excitación, la fascinación, la ternura, son componentes inherentes a ellos, no lo son menos en los juegos amorosos, cuando se dan en libertad, por supuesto. El narrador o la narradora, jugaran con los ritmos en la narración, buscarán una musicalidad en el habla, sugiriendo al a que público haga suyo ese mundo imaginario que se le ofrece, recreando, al mismo tiempo, sus propios mundos imaginarios. Como la mujer en el cuento ¡xun del principio le propuso al hombre, del mismo modo el narrador propondrá al público: Ven, tengo algo interesante para ti. Quédate en mi casa, duerme conmigo, y compartiremos los sueños.

Mas para que eso ocurra, tendremos que abandonar los prejuicios, los tabús, las ideas fijas, la ortodoxia, y liberar el entendimiento, creer que todo es posible y abandonar el papel de juez. Nadie te pedirá que estés de acuerdo, pero tampoco en contra, por el contrario, te invitarán a entrar en el cuento y vivir dentro de él, indagando en la vida, con sus luces y sus sombras. Así como las relaciones sexuales sin libertad se frustran, del mismo modo los relatos necesitan libertad. Si queremos contar un cuento erótico, necesitaremos jugar los dos, el narrador y el público. La tradición narrativa oral es una camino de aprendizaje para trabajar la narrativa actual, tanto oral como escrita. Los cuentos eróticos no son un invento de hoy en día, ya que, como en los viejos tiempos, giran en torno a los mismos ejes. El trabajo creativo actual tiene mucho que aprender de ese mundo creativo; no, por favor, para hacer una embelesada réplica, sino, para imaginar el lado fantástico y maravilloso de las relaciones humanas, gozando con una fantasía juguetona. Y, en esto, los tiempos no han cambiado tanto.

Una vez una amiga me contó una historia maravillosa, para que yo la contase. Era un relato tradicional africano que lo había leído en un libro. El cuento, como muchos otros, responde a una pregunta básica. Escuchadlo (mientras lo leéis), como yo lo recuerdo, si de verdad queréis saber enseñanzas verdaderamente importantes, y no sois unas personas que ignoran los sucesos tan maravillosos que ocurren en el mundo. La historia comienza con una pregunta:

¿Por qué el pene entra en la vagina y los testículos no?

Hace mucho tiempo el mundo todavía estaba sin organizar. Había muchas cosas que todavía no sabían cuál era su lugar ni su función en la vida.

Y así andaban el pene, los testículos y la vagina, en busca de la razón de su existencia. Recorrían el mundo de un lado a otro. Un día entraron en un gran desierto. Anduvieron y anduvieron, pero sólo encontraban arena. Comenzaron a sentir hambre, pero nada, lo único que veían era arena y más arena. Entonces divisaron a lo lejos un árbol, se acercaron y vieron que era un árbol frutal. El primero en subir fue el pene. Estando arriba comenzó a comer fruta, comer y comer. La vagina desde abajo le pidió que le tirara un poco de fruta, ya que, por alguna razón, ella no podía subir. Y así lo hizo el pene, mientras él comía le iba lanzando fruta a la vagina. Los testículos también subieron, pero al contrario que el pene, estos no hacían caso a la petición de la vagina. Por fin, después de que todos hubiesen comido, continuaron con su viaje.

Un día les atrapó una tormenta terrible. Llovía a mares, el viento soplaba feroz. Empapado de arriba abajo y temblando de frio, el pene se acercó a la vagina y le rogó que lo albergase de aquella tormenta.

-¡Claro que sí! – le dijo la vagina-. Tú te has portado muy bien conmigo y puedes entrar a calentarte.

Entonces se le acercaron también los testículos, con la misma petición.

-¡Ay no! – respondió enojada la vagina-. Vosotros os habéis portado muy mal conmigo al no repartir vuestra fruta. ¡Quedaos fuera!

Y esta es la razón por la cual, desde entonces, el pene entra en la vagina y los testículos no.

Vosotros y vosotras no sé, pero yo me hice unas buenas risas con esta historia, además de aclarar una gran duda.



Publicado originalmente en euskara en la revista Hegats, nº44, de la Asociación de Escritores en Lengua Vasca

[1] GOÑI Carlos. Cuéntame un mito. Ariel, Bartzelona 2001.

[2] DE PRADA, Juan Manuel Edit/trad La niña que creó las estrellas: Relatos orales de los bosquimanos /xam

. Edit Lengua de Trapo

[3] PERBOSC Antonin. Contes Licencieux de l’Aquitaine. Garae Hesiode

[4] MINDLIN Betty y narradores indígenas. Relatos eróticos indígenas. El Aleph Bartzelona 2005

[5] BURKE Peter. La cultura popular en la Europa Moderna. Alianza. Madril 1991. Pag 175

[6] PERBOSC Antonin. Contes Licencieux de l’Aquitaine. Garae Hesiode

[7] BAJTIN Mijail. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Alianza. Madril 1998 pag 151

[8] Calvino, Italo. Seis Propuestas para el fin del Milenio. Edi Siruela 2000

segunda-feira, outubro 04, 2010

¿Qué demonios será la narración oral?

Es una discusión recurrente la que tenemos ene l mundo de la narración oral sobre si la narración es teatro u otra cosa. Parece ser que en la sociedad que habitamos, las definiciones son necesarias para que cada cual pueda mostrar su actividad lo más concretamente posible. Géneros literarios, estilos musicales, propuestas teatrales, todo se clasifica y define. ¿Necesita, en cambio, la creación de esa fiebre clasificadora? ¿Lo necesita el creador? Soy de la opinión de que en realidad es una necesidad del mercado cultural; el cual, aquí también, destaca sobre otras razones o dinámicas. Y el mercado, en la cultura también, necesita de organización (aunque últimamente se haya demostrado que es más imagen que otra cosa). La preocupación en diferenciar la narración oral del teatro (no así en cambio de la literatura escrita, la mayoría de las veces), la ha impulsado, en gran medida, la necesidad de desarrollar un nombre propio dentro de ese mercado cultural; la necesidad de transmitir las características propias de esta actividad creadora; propagar la especificidad de la creación narrativa oral. Pero, ¿son tan diferentes la narración oral y el teatro?

Hay libros que enseñan, que continuamente te atraen hacia ellos ayudándote a esclarecer dudas. Dario Fo escribió “Manual Mínimo del Actor”, libro imprescindible para quien ame el teatro. A lo largo del libro comenta cuestiones tanto del teatro actual como del teatro antiguo. Entre estas últimas nos trae una mención a un texto de la época de la Contrarreforma, escrito por un tal Ottolelli, colaborador del Cardenal Carlo Borromeo. Ottolelli escribe sobre la comedia y los comediantes: “(…) los cómicos no emplean en todas las representaciones las mismas palabras de la nueva comedia, se inventan cada vez, aprendiendo antes la sustancia, como en breves capítulos y puntos concretos, recitan después de manera improvisada, adiestrándose así a una manera libre, natural y graciosa. El efecto que logra en el público es de gran implicación, esa manera tan natural despierta pasiones, emociones, que son de gran peligro por la alabanza que se hace de la fiesta amoral de los sentidos y de la lascivia, del rechazo de las buenas normas, de la rebelión a las santas reglas de la sociedad, creando gran confusión entre las gentes sencillas”. Pues bien, no creo que este tipo pensase que los comediantes y los narradores fuesen hijos de distinta madre. De todas maneras, discusiones aparte, la mejor manera de poder enriquecer los criterios en torno a esta cuestión, es conocer las propuestas narrativas orales, así como reflexionar sobre el trabajo que se hace y las propuestas que se trabajan. Y sobre todo, tener claro que lo principal es que la narración distraiga al público, sin ignorar su capacidad reflexiva.