Hace tiempo, en las oscuras y viejas
calles de Mutriku, los jóvenes asustaban a la gente con calabazas iluminadas.
Las calabazas había que robarlas de los huertos, vaciarlas después y hacer una
cara espantosa en ellas, para después introducir una vela dentro e iluminarlas.
Por la noche solo había que esperar en una esquina a que pasase alguien para
darle un susto de muerte. Solía ser en la noche de ánimas. Así se lo contaban los
viejos a los jóvenes que trabajaban para la recuperación de dicha celebración. La
calabazas iluminadas fueron su representación. Y a la fiesta la denominaron “Gaba
Beltza”- La Noche Negra. Una fiesta memorable, con distintas actividades, todas
en torno a la muerte. Trabajaron en las escuelas el tema, y niños y niñas
recogieron testimonios en casa, al mismo tiempo que confeccionaban calabazas de
distinto tipo, para exponerlas después en los escaparates del pueblo. De todas
maneras, perdieron mucho tiempo explicando que aquello no era una tradición
copiada y traída de Estados Unidos. Y la fiesta triunfó.
¿Cuántas veces no habremos ignorado y
arrinconado celebraciones tradicionales, sustituyéndolas por unas,
supuestamente, más modernas? Con el tiempo nuestro imaginario se enriquece,
cambia, evoluciona, como es lógico; el problema viene cuando ese imaginario
cambia en función de las leyes del mercado. Las calabazas ahora no son de la
huerta, sino trozos de plástico que mercadean con nuestra imaginación. Para que
entren en la noche oscura.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA