sexta-feira, setembro 08, 2017

ABURRIMIENTO

Asistimos a una sesión de narración oral. Comienza el espectáculo, pero, después de cierto tiempo, no podemos mucha atención al narrador, y comenzamos a pensar en el tiempo que falta para que llegue el final. Estamos al comienzo del aburrimiento, pequeño al principio, insoportable según avanza el tiempo, un tiempo  arrastrado. Entonces, sin hacer caso a lo que ocurre en el escenario, comenzamos a pensar en cualquier cosa. Por educación, o simplemente, por no quedar en evidencia, aguantamos estoicamente. Y el tiempo se alarga al infinito, las agujas del reloj son de plomo.
En otra ocasión, en cambio, entramos totalmente en la narración, viajando con el narrador, y para cuando nos damos cuenta, ha llegado el final del trayecto narrativo. En los dos casos la duración del espectáculo ha rondado una hora, ¿cuál es la razón, entonces, para esas percepciones distintas del tiempo transcurrido? Si pudiéramos comprenderla, podríamos tener un importante instrumento contra el aburrimiento; ya que el tiempo no es único, sino diverso.
Cuando contamos nos adentramos en un tiempo fantástico, ajeno a la realidad cotidiana; mientras sepamos atraer al público a ese tiempo, pondrá su atención en el relato. Por el contrario. si no entra, o sale de él, regresará a la realidad, desviando su atención por otros caminos; y, entonces, le llegará el aburrimiento. La labor de la narradora, del narrador, será gestionar de la mejor manera ese tiempo; hacer que el público se sitúe en el tiempo de la narración, obviando el tiempo de la realidad cotidiana; olvidando la velocidad de las agujas del reloj; inventando un nuevo tiempo.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

terça-feira, agosto 29, 2017

EL TRAGANARRU

La mar está revuelta. El viento arrecia. El cielo se oscurece. Y el velero baila en las olas. Llega la tormenta. Los marineros están perdidos el océano, lejos de la costa. Hace semanas que partieron de casa hacia el otro lado del mundo. Un joven hace por primera vez esta ruta, muerto de miedo. El temporal arrecia y, como los demás, tiene en la mente la placidez del hogar. ¿Saldrán de esta? le han venido a la mente las terribles historias que le contaban de pequeño. en el océano viven monstruos espantosos, bestias inimaginables; pero entre todos el más terrible es el Traganarru. Aparece de repente, sin avisar; y, alzándose de la mar hasta el cielo, tomando la forma de una serpiente terrorífica, lo engulle todo. Embarcaciones y marineros. Dicen que, a veces, emite un aullido estremecedor; otras veces, en cambio, se la ve alzarse en silencio; y, entonces, no hay huida posible. todas estas leyendas se le vienen a la cabeza al joven marinero, mientras se balancea en las olas cada vez más gigantes, y reza para que no aparezca el Traganarru. entonces lo ha visto, cerca de la borda. Las aguas ascendiendo en un remolino veloz. El joven marinero lo ha visto, el Traganarru apareciendo de la mar…

Hay palabras que transportan dentro de sí un mundo fantástico. Que con solo pronunciarlas encienden la imaginación, dando pie a la narración. El Traganarru es un fenómeno meteorológico que se produce en la mar. Impresionante. Un remolino de agua imponente que se alza hasta el cielo; que quien lo ha visto no olvidará. Que gracias a la imaginación humana se convierte en un fenómeno fantástico.

Traganarru. En el pensamiento mágico vasco una especie de serpiente gigante que se alza en mitad de la mar y se traga todo lo que encuentra a su paso.

Escrito originalmente en euskara en el diario GARA

terça-feira, agosto 15, 2017

RECUERDOS

Estando en Markina- Xemein (Bizkaia) haciendo tiempo antes de una sesión de narración, entro en un bar a tomar algo, y el joven camarero : “Tú viniste a mi clase a contar cuentos”. Habían pasado unos años ya de eso, pero el joven todavía retenía en su memoria uno de los cuentos que conté. “Una chica aparece en una curva, o algo así, no recuerdo bien el cuento, pero se me quedó en la memoria, no sé por qué”. Si recordaba esa historia, les habría contado leyendas urbanas seguramente, es muy conocida en todo el mundo esa leyenda. Un hombre que conduce por la carretera, recoge a un chica que hace auto-stop. Mientras sube por la carretera, la chica le avisa que tenga cuidado en una curva cerrada. cuando pasa la curva, la chica ha desaparecido. Camino de Markina subo el puerto de Itziar y al pasar por una de las curvas me viene a la memoria dicha leyenda, que en algunas versiones la localizas ahí justamente. Y justo una hora después este joven me la recuerda mientras me sirve una cerveza.

Muchas veces pienso en qué huella habrán dejado mis relatos en la mente de los asistentes a mis sesiones. ¿Habrán llevado consigo un cuento siquiera? ¿Y por qué ese cuento? El joven tabernero no recordaba bien la historia, ni sabía por qué la guardaba en la memoria desde la adolescencia. Es curioso como nuestra cerebro almacena los recuerdos. Y más curioso aun, que habiendo recordado yo mismo esa historia de camino a Markina, alguien me la recuerde poco después. Una conexión fantástica. Cómo no amar la narración oral.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA.

quinta-feira, julho 27, 2017

EL ESTRENO

El público comienza a entrar. Tú estás entre bambalinas, oculto. En las sombras. Esperando. Esperando el momento de comenzar. Oyes el murmullo del público. Están colocandose en su localidad. El público también espera. Espera a que comience el espectáculo. Se acerca el momento. Es la hora. Esperaremos cinco minutos a los rezagados que están entrando todavía. En las sombras, no paras de moverte arriba y abajo. ¿Les gustará lo preparado? ¿Lo harás como está previsto? ¿Discurrirá todo sin fallos? Fumarías un cigarrillo, pero dentro del teatro no se puede fumar, ni siquiera en este escondite escénico. Por los altavoces avisan que se apaguen los teléfonos, mientras se atenúa la luz de sala. Ha llegado el momento. Respiras profundamente y surges de tu escondite para enfrentarte al silencio sagrado del público. Das el primer paso hacia el infinito. Cruzas el escenario. Comienza el espectáculo.
No es habitual que se presenten estrenos de espectáculos de narración oral, mucho menos en un teatro. En otras artes escénicas es imprescindible presentar la primera actuación de un nuevo espectáculo como una ocasión especial; anunciando su nacimiento, liberando la creación surgida de la imaginación y del trabajo. La narración oral está necesitada de estrenos; de darle en los teatros esa primera respiración al nuevo espectáculo. Para que el público vea que se merece su sitio en la vida cultural. Para que los narradores y narradoras lo creamos.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

quinta-feira, junho 01, 2017

ADOLESCENTES

“¿Os gustan los cuentos?” “No”. La chica adolescente lo tiene claro; el porqué ya no tanto. Como el chico que está delante suyo.  A los demás compañeros y compañeras de clase se les percibe una opinión idéntica.  Con los adolescentes tengo la costumbre de comenzar así la sesión, aún sabiendo de antemano cual va a ser la respuesta. Imagino que piensan que los cuentos no son para ellas y ellos, sino para las crios. Un público difícil, complicado. Pero no por ello malo. Adolescentes, personas que no son ni niños ni adultos; que están en una transición complicada, a veces dura; algo que ya hemos pasado los demás, mejor o peor. Y, claro, escuchar cuentitos no es algo que entre en sus perspectivas vitales. ¿O sí? El rechazo de los adolescentes por la narración de cuentos solemos achacarlo a su falta de interés, a edad complicada, al decir a todo no, y a que sus intereses están en otras cuestiones. Han interiorizado que los cuentos son cosa de la infancia o, quizás, se lo hemos hecho interiorizar. Tienes el público en contra, edad difícil, en este ambiente escolar tú eres un adulto, como las profesoras, o de la edad de sus padres, ideas preconcebidas… Pero los retos me provocan.

En el instituto de Muskiz, en Bizkaia, tengo un grupo de adolescentes enfrente. Tienen grabada la palabra NO en la frente. De todas maneras alguno o alguna muestra un ligero ademán de curiosidad. Otros directamente pasan. Y tu cabeza bullendo, enredado en la estrategia a seguir. Pero sabes, por experiencia, que antes de comenzar a contar cuentos, lo primero es conseguir una atención hacia tu persona, encender la curiosidad por el tipo ese que ha venido a contar cuentitos. Los cuentos llegarán más tarde. Comienza la sesión. Cuando estás terminando suena el timbre anunciando el sagrado recreo, pero las alumnas y alumnos no quieren irse sin saber cómo acaba esa historia. Encantadores los adolescentes. Un público maravilloso.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

quinta-feira, abril 06, 2017

HILOS

            Una mujer joven se sienta en un banco de la plaza. Disfruta de la suave brisa y de un sol templado. No más está. Siente a una mujer mayor sentarse a su lado. Como ella, quizás, quiere disfrutar de esta tranquila mañana. Entonces, oye la débil voz de esa mujer que acaba de sentarse a su lado. “¿Sabes para qué se cuentan historias?”. “¿Perdone?”, pregunta extrañada la joven. “Las historias, si sabes para qué se cuentan”, le repite pausadamente. “Pues, no sé, para pasar un rato agradable”. “Si, eso es verdad; pero el verdadero valor de las historias es guardar el recuerdo de quien las ha contado. Eso decía nuestra madre. Al recordar un cuento, unos hilos invisibles te unen con quien la ha contado. Recuerdas su voz, sus gestos, su respiración y su mirada, y, de esta forma, siempre estará contigo. Eso decía nuestra madre.” La mujer joven, casi sin quererlo, está atrapada por las palabras de aquella desconocida. Mueve su huesudas manos en el aire, quedamente; la mirada perdida. Entonces, se gira y la mira a los ojos. “¿Sabes el cuento de Kukubiltxo? Nuestra madre nos lo contaba de pequeñas. Y cada vez que lo recuerdo me viene a la memoria mi madre. Su sonrisa, su tono de voz, sus gestos, y también su arroz con leche.” Y una pequeña sonrisa ilumina su cara. Ha comenzado a contarle el cuento; y la joven ha sentido unos hilos invisibles que la unían con esa mujer desconocida. Y ha sabido que al recordar ese cuento ella vendría siempre a su memoria. Para eso sirven los cuentos contados. Hilos invisibles.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

sexta-feira, março 31, 2017

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE CULTURA?

A la hora de hablar sobre cultura surge un primer problema en torno a la definición de la misma. ¿Qué es la cultura? ¿Cómo se define? Seguramente es algo que cada cual, aunque no exactamente, podemos sobreentender. De todas maneras si preguntamos a cualquiera, hasta a nosotros mismos, sobre lo que entendemos por cultura, las definiciones serán dispares. Esta dificultad ha tenido sus vaivenes a lo largo de la historia. Desde su definición en relación a la agricultura, que utilizaban allá por el siglo XVIII, hasta las actuales, las reflexiones en torno a este tema han sido expuestas por filósofos, políticos, antropólogos, etnólogos y, si me apuran, por la tertulia habitual del poteo. Ya los griegos hablaban del cultivo del alma humana para el desarrollo de la persona. Mucho más tarde se entendía el desarrollo de la cultura como el paso del ser humano de la barbarie a la civilización. Una persona culta sería una persona civilizada. En esta continua evolución de los intentos por definir la cultura, los mismos momentos históricos condicionan su entendimiento. Así, la Ilustración, base ideológica de la Revolución Francesa, hacía hincapié en la cultura como instrumento liberador de las personas desde una perspectiva universal y, al mismo tiempo, individual. La cultura como rasgo distintivo del ser humano ante el ser animal, como creación humana a lo largo de los siglos, como signo de progreso, como característica universal, impregna el cambio que trae la ilustración. Con ello el cultivo de las artes y la ciencia sufre un impulso tanto técnico como filosófico que marcará el devenir de las sociedades a partir de entonces. Ante este pensamiento tenemos a los filósofos románticos alemanes con la idea de lo cultural como definitoria de una identidad propia, surgiendo el concepto de distintas culturas en función de distintas identidades nacionales; desarrollando la idea de la cultura como característica definitoria de diferentes sociedades humanas, de un mundo heterogéneo y diverso, ante el concepto de universalidad. El orgullo nacional definido por una cultura propia y diferente de otras. Estos dos posicionamientos en torno a la cultura llegan hasta nuestros días, cruzándose, complementándose a veces, marcando, del mismo modo, posturas políticas muchas veces antagónicas. En definitiva, que esta cuestión de definir la cultura viene siendo un verdadero quebradero de cabeza, dada su importancia a la hora de entender el desarrollo de nuestras sociedades y su estructuración, tanto social como política.
            Pero entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de cultura? Tratar de buscar una definición actual de su significación no es tema baladí, aún sabiendo que, tal y como nos enseña la historia, sea, quizás, algo transitorio y , seguramente, subjetivo. La importancia de esa necesidad hoy en día, viene dada por el lugar que ocupan las políticas culturas en las distintas administraciones que nos gobiernan. Las dinámicas culturales están condicionadas casi en su totalidad por dichas políticas, tanto directa como indirectamente, a través de ayudas económicas o de infraestructuras. Todas esas políticas, si bien están envueltas en discursos parecidos, no llegan a definir claramente ese conglomerado que llamaríamos cultura y se limitan a ofrecer una serie de servicios dirigidos a la sociedad en los que prevalece la idea de permitir un amplio acceso al consumo de propuestas culturales, en clara relación con el uso del tiempo libre.

La cultura como industria
            Volviendo a las definiciones, el departamento de cultura de la Diputación Foral de Gipuzkoa, en la presentación de los presupuestos de 2016, definía la cultura como “un sistema de valores que estructura la sociedad. Un instrumento para la convivencia y la transformación social”. Dentro de esta definición proponían la actuaciones en el sector bajo dos premisas: el acercamiento de la cultura a la ciudadanía e impulsar las industrias culturales como fuente de riqueza y empleo. El mismo diputado de cultura Denis Itxaso, del PSE-EE, al anunciar la creación de una Unidad de Participación e Innovación Cultural, con el objetivo de gestionar los grandes proyectos estratégicos, presentaba dicha unidad como “una muestra de nuestra voluntad de desarrollar iniciativas culturales transformadoras que sean palanca de cambio en el modelo cultural”. Vemos, pues, cómo las instituciones, en este caso la Diputación de Gipuzkoa, entienden el desarrollo cultural a través de grandes inversiones en infraestructuras, con el objetivo, antes mencionado, de que la cultura sea una palanca de cambio y transformación social. Pero si nos fijamos bien, todo ese cambio viene impulsado por las grandes infraestructuras y el impulso al consumo cultural, siendo estos dos puntos claves en su gestión pública, bajo la idea de generación de empleo y riqueza, no cultural sino económica.
            Vamos viendo, entonces, que cada vez más el impulso a la cultura viene asociado a un intento de desarrollo económico que, a modo de binomio fantástico, ayudará a generar dinámicas de bienestar y modernidad en las personas. Se nos muestra, así, la cultura ligada a la economía, siendo las instituciones públicas las generadoras y promotoras de ese impulso. Todo ello hace que el concepto de industrias culturales tenga cada vez más protagonismo, presentando  a éstas como el motor de la cultura en nuestra sociedad. Desde ese punto de vista, la gestión de la cultura se ve supeditada a un concepto de mercado en el cual las llamadas industrias culturales son la piedra angular de un sector identificado, no ya con esa esperanza de buscar el desarrollo intelectual y humano de las personas, sino como dinamizador económico.  En ningún momento, en cambio, se pone en cuestión el modelo económico por el cual se regirán dichas industrias y dinámicas económico-culturales. Vivimos en una sociedad basada en una economía capitalista en la cual es el mercado quien manda, quien ejerce presión para que la sociedad viva supeditada a las necesidades de dicho mercado; las cuales no buscan el necesario desarrollo social, cultural y libertario de las personas que la componen, no beneficiándose la inmensa mayoría de dichas dinámicas mercantiles, sino padeciéndolas. Unas industrias culturales integradas en una economía cultural que no cuestiona el modelo mercantil del que participa, no hacen sino perpetuar dicho modelo a través de una transmisión cultural cuyo objeto es el beneficio económico, lo cual condicionará indefectiblemente tanto el modelo de oferta cultural como el tipo de contenidos ofrecidos. Una economía cultural basada, dado el modelo capitalista en el que se insertan, en la oferta y la demanda, no podrá arriesgar en propuestas culturales que pongan en cuestión la plusvalía que deviene de las dinámicas del mercado capitalista. Las industrias culturales integradas en dicha economía impulsarían una oferta cultural basada en la ocupación del tiempo libre que las clases trabajadoras disfrutan, tiempo libre que se inserta dentro del esquema laboral capitalista, según el cual el tiempo de asueto no es más que el tiempo necesario para poder seguir produciendo; por lo cual dicha idea de tiempo libre no es tal desde el momento que forma parte de la cadena de producción capitalista. La oferta cultural desarrollada en dicho tiempo no podrá poner en cuestión, aunque pueda pretenderlo formalmente, esa relación laboral-social, ya que estará inserta en una idea ocupacional del tiempo libre, complementaria al tiempo de ocupación laboral.

La izquierda y la cultura
            Ante este modelo de desarrollo cultural la izquierda debería impulsar otro no basado en la idea de una economía cultural que nos viene dada por el modelo económico en el que vivimos, sino inspirado por otro tipo de pensamientos que huyan del concepto economicista de la cultura así como de la idea de un tiempo libre meramente ocupacional relacionado con el tiempo de trabajo asalariado. Y es importante que lo haga no solo por la importancia que tiene a la hora de pensar una sociedad organizada en base a otros valores, sino también por la responsabilidad que tiene cuando gestiona instituciones en las cuales la cultura se provee de importantes recursos económicos y estructurales, tratando de impulsar la estructuración social a través de los mismos. Una izquierda que se considere transformadora, revolucionaria si se quiere, no puede pasar por esta cuestión sin plantearse las bases en las que se sustentan sus políticas culturales, así como su praxis, no solo a la hora de gestionar distintas instituciones, sino en su política general. Una izquierda que trabaje por una sociedad más justa, igualitaria y liberadora, no puede dejar en manos de las leyes del mercado las condiciones económicas y laborales de los trabajadores de la cultura, más bien al contrario, del mismo modo que en otros sectores sociales, debería bregar para que los creadores puedan trabajar en condiciones dignas, ya que el fruto de su creatividad es lo que posibilita, además de otros dinamizadores, que la cultura exista. No puede haber literatura sin escritoras, ni teatro sin dramaturgos, actores, técnicos… La danza no existiría sin personas dedicadas a ella, ni música sin músicos. Del mismo modo debería preocuparse por facilitar a los activistas culturales poder llevar a cabo sus proyectos sin que las burocracias los ahoguen. Debe impulsar y promocionar en la sociedad la importancia de la cultura como un bien social, tal y como lo son la educación o la sanidad, en contraposición a las ideas y dinámicas crematísticas; trabajando para que la sociedad en la que vivimos dé importancia al saber, al pensamiento crítico, al desarrollo intelectual y a los procesos creativos como riquezas en si mismas, no cuantificadas en monedas, sino en bienestar social.
            Una izquierda que se considere transformadora, que trabaje sinceramente por el cambio social, tiene que reflexionar seria y profundamente sobre las políticas culturales a impulsar tanto desde las instituciones en las que trabaja como fuera de ellas. El enriquecimiento cultural de los miembros que componen dicha izquierda, así como de la sociedad en general son indispensables para el cambio social; el impulso del activismo cultural ha de ser una de las tareas de la izquierda para no dejar en manos exclusivamente de las instituciones y los agentes económicos una de las bases que cohesionan la sociedad. Las políticas culturales impulsadas por las instituciones tienen que complementarse con las dinámicas populares que se desarrollan fuera de ellas, prevaleciendo el interés público frente a los intereses económicos. Una izquierda que se precie de serlo, debe reconocerse en una cultura no consumista, que huya del concepto de mero entretenimiento al que es abocada sin piedad. Una economía cultural basada en un concepto capitalista de relaciones económicas nos lleva, paradójicamente, a una aculturación de la sociedad, relegándola a un imaginario filtrado por los intereses del mercado, más interesado en su propia existencia que un verdadero desarrollo cultural y social de las personas.

            Quizás la cuestión hoy en día no es tanto devanarse los sesos en tratar de definir la cultura, cuestión interesante en sí misma, sino reflexionar sobre la ideología en la que se sustentan las actuales políticas y dinámicas culturales; identificar los intereses a los que sirven; impulsar dinámicas y políticas que sirvan a las personas que componemos la sociedad, que tengan como base potenciar los impulsos creadores, intelectuales y liberadores de las personas; que defiendan a los creadores y creadoras ante el mercado, establezcan la cultura como un bien social a defender y divulgar, alejadas del concepto de un sistema ocupacional del tiempo libre. En definitiva, entender la cultura como un bien que nos enriquece como personas y no como un nicho de mercado.

terça-feira, janeiro 17, 2017

Mujeres

La idea para una sesión de cuentos te atrapa por sorpresa muchas veces. Aunque seguramente ya hay alguna idea anterior que ronda en la cabeza, no encuentra el camino deseado. Así andaba yo hace bastantes años. Todavía neófito en este mundo de la narración oral andaba sin saber muy bien por dónde encaminar las ideas ni cómo expresarlas; queriendo huir de estereotipos, queriendo traer a la narración mis reflexiones y preocupaciones. Y todavía así continuo. Tenía entonces una confusión de ideas sin poder darles salida ni concretarlas en una sesión narrativa. Teniendo todo eso cociéndose en la cabeza, llegó a mis manos el recién publicado libro de Angela Carter, Caperucitas cenicientas y marisabidillas, una recopilación de cuentos tradicionales de culturas de todo el mundo donde las protagonistas eran mujeres. Una recopilación maravillosa.  Fue comenzar a leerlo y encenderse la bombilla. El espectáculo giraría en torno a la aparición de mujeres en los cuentos tradicionales (copiando siempre, como todo narrador que se precie). Me atraía la idea de reflexionar sobre la cuestión a través de la narración de esas historias. Comenzando con el mencionado libro e indagando por otras muchas recopilaciones pude, al fín, presentar el que sería mi segundo espectáculo de narración oral, Carne de lengua.
Con el comienzo del año una mujer ha sido asesinada por un hombre. Otra más. Una suerte de genocidio no reconocido. ¿Cuándo comenzó? ¿En qué momento de la historia? En todas las culturas del mundo hay cuentos en los que aparece el tema: mujeres asesinadas, violadas, comidas… ¿Es posible hacer un espectáculo de narración con esto? ¿Es legítimo? Es una idea que hace tiempo ronda en mi cabeza. Ha llegado a mis manos Cuentos de hadas la última edición en castellano de la recopilación de cuentos de Angela Carter, con los cuentos de la anterior edición y algunos más. Hay mucho para contar.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

terça-feira, janeiro 10, 2017

Mendigos

Hace unos días un amigo comentaba la cantidad de mendigos que se veían en las calles del pueblo, y al mismo tiempo mostraba su preocupación por si habría algún tipo de política de ayudas para con estos pobres. Recordé entonces, que cuando leía en la adolescencia El Buscón de Quevedo o El Lazarillo de Tormes, me llamaba la atención la cantidad de mendigos que aparecían, como una representación de tiempos lejanos. El franquismo también tuvo en cuenta a los pobres y en la década de los 50 lanzó la campaña “ Por Navidad pon un pobre en tu mesa”, de manera que los ricos practicasen y mostrasen su caridad en fechas tan señaladas. Berlanga dirigió una película genial con el tema: “Plácido”. Felizmente yo no conocía esa situación, aún siendo de un barrio obrero azotado por la crisis. La idea de pobreza no era la de miseria, podría decirse que la pobreza vendría dada por la escasez en comparación con la abundancia de los ricos. Los mendigos se me mostraban como algo del mundo literario.

En los cuentos tradicionales los mendigos, los pobres, los marginales son personajes habituales, que viven mil peripecias para escapar de su situación. Los pobres son los protagonistas y la solidaridad les acompaña en sus aventuras. La anciana mendiga ayudará a la protagonista a tornar su suerte, en pago a su generosidad. En la vida de los nadie no hay caridad, sino solidaridad, preocupación por el otro. Los pobres en los cuentos no se sientan en las mesas de los ricos para limpiar las conciencias de ellos, sino que toman la mesa. El narrador, la narradora transmitirá su voz.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA