Hace poco, después de una sesión de
narración, se me acercó una mujer comentándome que mientras escuchaba los
cuentos tradicionales vascos de la sesión, le venían al recuerdo los relatos de
su abuela. Otra amiga trajo también a la memoria su infancia, dónde los relatos
eran habituales. Dónde se contaba, quién, qué. Sin televisión en casa de alguna
manera había que pasar el tiempo. Más de una vez se suele acercar alguien con
parecidas palabras. Sobre todo cuando se cuentan historias tradicionales. Los
cuentos como pasatiempo casero no es algo tan lejano. La casa además de espacio
familiar era una suerte de espacio comunitario, un espacio de transmisión
cultural. Contar cuentos era uno de los pilares de esa transmisión.
Contar cuentos no es contar, ni
siquiera escuchar; contar cuentos es un ejercicio de recuerdo. Adentrándose por
veredas fantásticas, empujado por la memoria, el narrador ofrece las
sensaciones, imágenes, reflexiones que le genera el relato, para que quien
escuche pueda adentrarse por los suyos propios. El público tendrá que hacer el
mismo ejercicio que quien narra, es decir, poner en danza la memoria a través
de lo que ve y escucha, y viajar hacia si mismo, con el cuento como pretexto.
La narración es un juego de la memoria
o no es. Cuando contamos cuentos vamos a otros territorios, fantásticos a
veces, reales otras, pero siempre guardados en algún rincón de nosotros mismos.
Removiéndolos reflexionaremos sobre nosotros mismos, lo que fuimos, lo que
somos, lo que querríamos ser. Para comprender los senderos de la vida hacemos
viajes a la memoria. Y cuando contamos, partimos.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130430/400502/eu/Oroituz