Una
mujer joven se sienta en un banco de la plaza. Disfruta de la suave brisa y de
un sol templado. No más está. Siente a una mujer mayor sentarse a su lado. Como
ella, quizás, quiere disfrutar de esta tranquila mañana. Entonces, oye la débil
voz de esa mujer que acaba de sentarse a su lado. “¿Sabes para qué se cuentan historias?”. “¿Perdone?”, pregunta extrañada la joven. “Las historias, si sabes para qué se cuentan”, le repite
pausadamente. “Pues, no sé, para pasar un
rato agradable”. “Si, eso es verdad; pero
el verdadero valor de las historias es guardar el recuerdo de quien las ha
contado. Eso decía nuestra madre. Al recordar un cuento, unos hilos invisibles
te unen con quien la ha contado. Recuerdas su voz, sus gestos, su respiración y
su mirada, y, de esta forma, siempre estará contigo. Eso decía nuestra madre.”
La mujer joven, casi sin quererlo, está atrapada por las palabras de aquella
desconocida. Mueve su huesudas manos en el aire, quedamente; la mirada perdida.
Entonces, se gira y la mira a los ojos. “¿Sabes
el cuento de Kukubiltxo? Nuestra madre nos lo contaba de pequeñas. Y cada vez
que lo recuerdo me viene a la memoria mi madre. Su sonrisa, su tono de voz, sus
gestos, y también su arroz con leche.” Y una pequeña sonrisa ilumina su
cara. Ha comenzado a contarle el cuento; y la joven ha sentido unos hilos
invisibles que la unían con esa mujer desconocida. Y ha sabido que al recordar
ese cuento ella vendría siempre a su memoria. Para eso sirven los cuentos
contados. Hilos invisibles.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA