En la villa de Capbreton, en
el departamento francés de Las Landas, hace ya
veinticuatro años que organizan un festival
de cuentos. Me sorprendió que en la inauguración de la edición de este año participase la ministra francesa de la francofonía. Independientemente de lo interesante o no de su
discurso, lo que me sorprendió fue su aparición, ya que se me cuesta imaginar a una representación institucional de esa categoría en la inauguración de un festival de cuentos
por estas tierras. Por supuesto que el festival no será mejor ni peor por ese hecho, pero estoy seguro que la
dimensión de la narración oral sería de otro nivel. ¿Para mejor? ¿Para peor? La cuestión está en ser conscientes de cómo está en estos momentos.
Quien quiera
organizar un evento cultural de cualquier tipo sabe que la ayuda de la
administración pública es incuestionable. Siendo el evento grande o pequeño, siempre necesitará, además de ayudas económicas, ayudas de
infraestructuras, permisos y cuestiones por el estilo. A veces se resuelven sin
grandes dificultades, aunque no siempre de la manera deseada, pero el evento
saldrá adelante. Otras veces, no
pocas, los problemas y las zancadillas serán lo habitual, para que ese
evento no pueda llevarse a cabo, o se realice casi milagrosamente, normalmente,
gracias al empeño de los interesados. Las razones
esgrimidas por parte de la administración pueden ser múltiples, pero muchas veces, aunque no se diga claramente,
la razón principal suele ser la
antipatía hacia los organizadores. Quien
ha lidiado con estas cosas lo sabe.
Problemas aparte,
la intervención de la administración pública en los eventos
culturales es imprescindible, no por una simple cuestión monetaria, sino por la responsabilidad social de
desarrollar una sociedad más culta, siendo la colaboración sincera con los agentes culturales de todo tipo uno de sus
pilares. Para ello debería desarrollar unos criterios
lo más objetivos y neutros
posibles, que no se basen ni en filias ni en fobias las relaciones entre los
agentes culturales y la administración pública tienen que ser equilibradas, sinceras y claras, para
poder ampliar y extender los caminos de la cultura. Por desgracia estos mundos
aparecen como contradictorios, enfrentados, perjudicando a ese necesario
desarrollo cultural, perjudicando en suma a la sociedad misma.
El
problema no es que un ministro inaugure un festival de cuentos, el problema es
que no sepa que existen.