En esta época de crisis suelen darse
largas discusiones sobre el destino de los dineros. En las instituciones se
discute largo y tendido sobre ello, apareciendo, como es lógico, distintos
criterios. ¿En qué gastar el dinero? ¿Cómo repartir de la manera más justa los
escasos dineros institucionales? Por supuesto, cada cual arrimará el ascua a su
sardina. En el mundo de la cultura sabemos algo de eso. De todas maneras muchas
veces tengo la impresión de que nos quedamos algo cortos al exponer nuestros
argumentos. Se suelen oír defensas de la Cultura como quien defiende una
religión. Solo falta que se le pongan altares. Bueno, quizás esas macro
estructuras culturales sean una señal de esto último.
Suelen oírse también argumentaciones
defendiendo la cultura como un pasatiempo, como algo que no hay que
ideologizar. A veces parece que la creatividad viene dada por algún dios, como
si fuese una bendición. Y entre tanto palabrería, se nos olvida para qué
demonios sirve esa creatividad que es inherente a toda persona, y cómo podemos
utilizarla. En estos casos de duda suelo acudir a Gianni Rodari, pedagogo y
escritor italiano, desfacedor de algunos de mis entuertos mentales. “Si una sociedad basada en el mito de la
productividad (y sobre la realidad del provecho), necesita hombres a medida
–fieles ejecutores, diligentes reproductores, dóciles instrumentos sin
voluntad-, se puede decir que está mal hecha y que es necesario cambiarla. Para
cambiarla se necesitan hombres creativos, que sepan utilizar su imaginación”.
El narrador o la narradora, como parte de ese mundo cultural, si no pone su
creatividad al servicio del cambio social, no hará más que rezos en el altar,
sin llegar a entender la utilización de la imaginación.
Original en euskara publicado en el diario GARA: http://www.gara.net/paperezkoa/20121016/367500/eu/Kreatibitatea