Una vez, con ocasión de los premios
Cervantes, por parte del Festival de narración oral que se celebraba en Alcalá
de Henares, se propuso a los narradores participantes preparar algo con
escritores premiados hasta entonces. A mí me tocó en suerte el escritor colombiano
Alvaro Mutis. Comencé a leer las aventuras de Maqroll el gaviero, introduciéndome inmediatamente en esos
territorios imaginados por el autor. Pero además de la obra, me interesé por la
vida del autor, cosa lógica al tener que preparar algo sobre él. Y entonces me
pareció que la verdadera aventura era su vida misma, interesándome lo mismo o
más que su obra misma. El desvío de fondos de la multinacional Esso para proyectos culturales me
pareció digno de cualquier personaje literario. Ese hecho le llevo a huir a
México, donde no se libró de pasar quince meses en la prisión de Lecumberri.
Durante esa estancia escribió Diario de
Lecumberri. Ha muerto Alvaro Mutis, pero nos deja una obra genial, y sobre
todo, el recuerdo de un escritor que podría ser un personaje de sus obras.
Salvando las evidentes distancias,
cuando cuento para adolescentes, suelo sentir una sensación parecida, es decir,
si en cierto momento no seré yo para ellos un personaje salido de cualquier
narración. De hecho, contar cuentos es más que relatar una historia, las
anécdotas personales o no, los pasadizos, las ocurrencias se convierten en
parte de la narración, convirtiendo al narrador en parte de lo narrado. En el
imaginario de esos jóvenes quizás ocurra lo mismo que en el mío con Mutis,
convirtiéndome en un personaje ante ellos. ¿Qué quedará en su recuerdo, la
historia contada o la imagen de quien la contó? ¿No ocurrirá a veces que esa
imagen nos atrapa, nos domina? O quizás, quiero pensar, que en realidad la
narración oral es esa simbiosis entre lo narrado y quien narra. Por la senda
del binomio fantástico Maqroll/Mutis.