Una vez estuve contando en Paraguay.
Estando esperando para contar en una escuela pública se me acercaron dos niños
preguntando; de dónde venía y para qué, y cosas así. Entonces comenzaron a hablar
en guaraní entre ellos, después me miraban y comenzaban a reír, me miraban de
nuevo, y más risas, mientras hacían algunos comentarios que yo, por supuesto,
no entendía; y más risas. Para su sorpresa comencé a hablarles en euskara,
diciendo que yo también tenía un idioma secreto. Los niños me miraban
asombrados. Recuerdo la sorprendida cara de uno de ellos con la boca abierta.
En su esquema “lingüístico” no entraba un idioma diferente del guaraní o el
castellano, y por supuesto menos, viniendo de la boca de un blanco “español”
como yo. Esa mañana, en aquella escuela pública de Asunción, comencé la sesión
de cuentos hablando en euskara.
El ser dueños de un idioma secreto
encandila a los niños; quizás por eso inventamos idiomas en la infancia,
convirtiendo las palabras en juegos. No sé qué impresión dejaría el sonido del
euskara en aquellos niños, de aquella escuela pública paraguaya, pero viendo
sus caras sorprendidas, la silenciosa atención mantenida durante dos minutos,
ofreciéndoles palabras para ellos incomprensibles, nos lleva a reflexionar
sobre el habla. Hablar no es un ejercicio vacío, sino una expresión maravillosa
de nuestros territorios interiores.
Al contar en euskara nos adentramos en
los escondrijos de los secretos. En los territorios de la sorpresa. En la
maravilla del habla. Contar en euskara no es solo contar una historia bonita,
maravillosa o, quizás, repelente, es también ofrecer un mundo, un mundo que se
construye entre la historia, el habla, quien cuenta y quien escucha. Y cuando
acaba el relato se guarda un secreto.
Original en euskara publicado en el diario GARA: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20121030/369881/eu/Hizkuntza-sekretuak