domingo, abril 19, 2020

SILENCIAR EL CUENTO, PARA QUE SE OIGA

           
Al contar cuentos, como en la música, los silencios son parte de la narración. El silencio le da vida al ritmo, fortalecerá la palabra que viene a continuación. Le da tiempo a quien escucha a reflexionar, despierta la curiosidad sobre lo que vendrá,  acrecienta la pasión de lo contado. El silencio no expresa que, necesariamente, no se diga nada; por el contrario, el silencio puede ser el eco del pensamiento.
            Hay, en cambio, silencios crueles, negadores, marginadores. Silencios que son expresión de sordera ante las palabras de artistas y creadoras, enviándoles a la marginalidad, condenándoles a las sombras. De esto sabemos bastante quienes nos dedicamos a narrar oralmente; ya que, siendo parte del ecosistema cultural, sabemos de la importancia que se le da a la cultura, sin dársela por su valor en si misma, sin tener en cuenta su valor social; siendo la cultura, ante crisis de una u otra condición, la primera que se deja al margen. La grave crisis socio-sanitaria que vivimos está golpeando duramente a la ciudadanía, así como a la sociedad en todos sus sectores sociales y económicos, y, cómo no, también al ecosistema cultural. Tenemos claro que las primeras medidas importantes que hay que poner en marcha son las que cuiden la salud de la población, la salud tiene que ser lo primero en todas las decisiones. De todas maneras, esto no tiene que esconder otros problemas generados en esta crisis. Y uno de ellos, y no pequeño, es el que afecta al sector cultural. Teatros, bibliotecas, espacios culturales cerrados, programaciones suspendidas, muchas sine die, sin certezas sobre el futuro próximo; lo que ha supuesto la pérdida de empleo para muchas personas dedicadas a la narración oral, generando una crisis a nivel económico y personal; pero también en la imposibilidad de llevar al público los cuentos narrados. Y el perjuicio a cualquier actividad cultural, es un perjuicio a la sociedad misma.
             Felizmente, los medios técnicos actuales y las redes sociales virtuales ofrecen la posibilidad de que vivan los cuentos, aun a pesar de no ser de manera presencial. Muchas narradoras y narradores están ofreciendo de esta manera sus cuentos con la intención de hacer más llevadero el confinamiento de las personas. Los cuentos viven, la palabra no se ha silenciado. Las narraciones maravillosas, los personajes fantásticos, los lugares imposibles todavía intentan despertar la imaginación de las personas.
            Pero todo ello no nos puede hacernos olvidar la situación que viven artistas y creadores. No puede hacernos olvidar la situación en la que se encuentra la cultura, que si antes era precaria, ahora se ha agravado aun más. Esto nos fuerza a llevar a cabo una Huelga Digital los días 21 y 22 de Abril. Callaremos nuestra voz, para que se oiga. Utilizaremos nuestro silencio para que la narración continúe. Para que nuestro silencio sea eco.

SINATZAILEAK

1.       Aitor Txarterina
2.       Aitor Vinagret
3.       Amaia Pagola
4.       Ana Apika
5.       Anduriña Zurutuza
6.       Ane Gebara
7.       Antton Irusta
8.       Alberto Bargos
9.       Bea Egizabal, Cesar Marko (Kontukantoi)
10.   Bea Larrañaga, May Gorostiaga (Intujai Teatroa)
11.   Bego Gomez, Joaquin Ponte, Pedro Ruiz (Alabazan)
12.   Dorleta Kortazar
13.   Doro Zobaran
14.   Eneko Haritza
15.   Ester Poveda
16.   Imanol Arabaolaza
17.   Iñaki Carretero
18.   Irantzu Mantxo
19.   Itziar Rekalde
20.   Itziar Saenz de Ojer
21.   Ixabel Agirresarobe
22.   Ixabel Millet
23.   Joxemari Carrere
24.   Koldo Amestoy
25.   Leire Zinkunegi
26.   Maider Alcelay
27.   Maider Galarza
28.   Maite Franco
29.   Marta Alzate
30.   Mikel Martinez
31.   Nagore Leon
32.   Nerea Ariznabarreta
33.   Pello Añorga
34.   Puy Osés
35.   Saioa Aizpurua
36.   Virginia Imaz

sexta-feira, fevereiro 14, 2020

EL AMOR


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Suele ser algo normal que pidan contar historias de amor. Quienes contamos tenemos que tener en nuestro repertorio cuentos de todo tipo, de miedo, de aventuras, de humor, y de amor. La duda llega ante lo que entiende cada cual por una historia de amor. ¿Qué querrá que le cuente quien pide una historia de amor? ¿Qué entiende esa persona y qué uno mismo? ¿Qué es una historia de amor? 
Una vez, a ciertas horas avanzadas, estando en el pueblo de Oiartzun abrazado a una cerveza en al barra de una cantina popular, se me acercó un joven y, aprovechando que la chica con la que estaba había ido al servicio, me pidió que le contara un cuento bonito, para luego contárselo él a la chica, ya que quería ligar con ella. En mi interior se encendió la llama de la felicidad, ya que en ese momento tomó todo su sentido ser narrador. Le conté uno, no le convenció; otro más, tampoco; y otro, y otro. Entonces llegó la muchacha, y ahí estaba yo a ciertas horas avanzadas, a la vera de una cantina popular, contándoles historias a una joven pareja, intentando encontrar su bella historia. Se alejaron abrazados; y yo abracé otra cerveza.
¿Fue aquello una historia de amor? ¿Fueron para ellos cuentos de amor? Espero que así fuesen, o al menos que así los viviesen, porque les ayudaron en el abrazo. En el lugar menos romántico puede surgir un momento mágico que atraiga a los amantes. Quizás ese amor, ese deseo, desaparezca con el tiempo; en cambio, el momento permanecerá en la memoria, como una bella historia. Y ese momento no surgirá en un día señalado marcado por el mercado del amor, como si de un producto mercantil se tratara. Eso es un cuento de terror.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA

domingo, janeiro 19, 2020

ISLAS

Existe en algún lugar, una isla especial y maravillosa. En un lugar que nadie conoce, nunca descubierta. Pero existe una vieja biblioteca donde se encuentra el mapa para llegar a la isla. Nadie recuerda quién lo hizo, ni quién lo trajo. El mismo mapa es una isla entre los libros de la biblioteca. Está perdido entre las interminables estanterías; y muchos creen que su existencia no es sino una leyenda que ha pasado, durante generaciones, de unas bibliotecarias a otras. Cuentan, quienes saben de estas cuestiones, que para llegar a la isla antes hay que encontrar el mapa perdido; y el camino para encontrar está escondido en una vieja historia. ¿Cual será esa historia? ¿Quién la conocerá? ¿Quién la contará? ¿Alguien la escuchará? Debido a esa curiosidad, desde tiempos antiguos traían una persona para que contase cuentos en la biblioteca con la esperanza de que contase ese cuento perdido. El narrador o la narradora siempre era distinta, de allí mismo o venida de una lejana ciudad. Las historias se contaban en múltiples idiomas. Y la biblioteca siempre estaba repleta de gente deseando oír aquella historia; nadie quería perderse el relato del mapa perdido de la isla perdida.
Quien cuenta es dueño del mapa de la isla. Quizás no sepa dónde lo guarda, o siquiera si lo tiene. Quizás la narradora es la habitante del faro de la isla. Cada vez que cuenta una historia se enciende la luz del faro, para que quien esté perdido sepa hacia dónde dirigirse. La isla es desconocida mientras no se ilumina la palabra de la narradora. Si desaparece el faro, la isla se perderá para siempre; se perderán las historias que acoge, se perderá su memoria. Entonces, en las interminables estanterías de la vieja biblioteca desaparecerá un mapa, se callará un narrador, se olvidará la palabra.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA