Si eres el
séptimo hermano de siete, sin mujeres entre medio, y tienes encima o debajo de
la lengua la marca de una cruz, tendrás el don de ser saludador. Los saludadores
tenían la gracia de curar la rabia. El investigador de la oralidad, el vasco
Jabier Kalzagorta nos llama la atención sobre estos personajes. La guipuzcoana
Mikela Elizegi nos describe en sus memorias a un saludador que conoció en 1876,
en su pueblo de Asteasu, en Gipuzkoa: “Era
de Albiztur [un pueblo cercano al suyo],
un hombre muy pequeño. Vestía con una blusa azul (…). Y algunos tienen una cruz
encima de la lengua y otros debajo. Aquel la tenía encima”. Para curar el
mordisco de un perro rabioso introducía en su boca aceite hirviendo y luego
lamía con su lengua la herida. La RAE define a los saludadores como embaucadores,
que decían curar la rabia con el aliento, la saliva y con ciertos conjuros. Mira
por donde, la curación por la boca y las palabras.
Últimamente se
está extendiendo la opinión de la capacidad sanadora de la narración. Más que
saludadores, los cuentos son sanadores. Los narradores sanadores del alma. Quizás,
saludadores de la rabia que contagia la vida. A decir verdad, no llego a
comprender esa exaltación de la capacidad sanadora de los cuentos. La palabra
nos cura, dicen; pero también nos enrabia. El narrador no es curandero, ni
sanador ni pseudo-médico. El narrador es una persona que ofrece ante el público
una propuesta artística. No se introduce aceite hirviendo en la boca para lamer
heridas; no tiene una cruz en la lengua. Pero, quizás, se pueda imaginar una
interesante narración con la vida de aquel saludador de Albiztur.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA