terça-feira, outubro 02, 2012

Huelga


         Recuerdo las huelgas de juventud en mi pueblo. Había ocasiones que duraban hasta dos días. La asamblea popular, con la plaza a rebosar, decidía cómo organizarla, y las discusiones encendidas. En ese ambiente observábamos a los chiquiteros “profesionales”, a la búsqueda de un trago. Las sociedades gastronómicas o algún bar perdido en algún barrio, aplacaban la costumbre diaria. Sí algún día estallaba la revolución en Euskal Herria, bromeábamos, sería como consecuencia de tener los bares una semana cerrados. Las tabernas eran, quizás, lo que más se echaba en falta en los días de huelga. ¿Qué revolución estallaría, en cambio, si no se contasen cuentos durante una semana en ningún lugar? ¿Qué huelga puede hacer el narrador? ¿Qué consecuencia tendría? Alguna vez he imaginado una manifestación, grande o pequeña, en un día de huelga en la que los narradores y narradoras portásemos una pancarta con la soflama: “¡Hoy no hay cuentos! ¡Los narradores en huelga!”. Y los niños y niñas, como detrás del Flautista de Hamelín, siguiéndonos con otra pancarta: “¡Los niños y las niñas con los narradores!”. Y los padres y madres: “Los cuentos en huelga, ¡nosotros también!”. Y las soflamas al aire: “Huelga general, cuentos igual!”. Quizás. Más delante o detrás, una pancarta exclama: “¡No nos contéis cuentos!”. Y nosotros: “Tranquilos, hoy ni había una vez”.
         El narrador, la narradora que tiene la voz como instrumento de trabajo, callando hace huelga, levantándola para poder seguir siendo narrador. Para que las sesiones de cuentos puedan existir dejará de contar, para estar en otros cuentos; convirtiéndose en escuchador de las historias de otros. Para no ser condenado al silencio, el narrador, la narradora huelguista, callará sus cuentos, por un día siquiera. Para que las historias de los demás sean las suyas.