Hay
un hombre sentado en la esquina de la farmacia al lado de mi casa. Se sienta
casi todos los días en una silla pequeña, pidiendo. Mejor dicho, pidiendo sin
pedir. Mientras la gente pasa a su lado, sentado en su pequeña silla, el hombre
llena las hojas de un cuaderno, sin reparar en su entorno, concentrado en su
labor. Lo que escribe no es un trabajo de creación, aparentemente al menos. Al
lado del cuaderno, apoyado en las rodillas, mantiene un libro abierto. Pasa el
tiempo copiando ese libro. Lentamente y cuidando la caligrafía, pasa la mañana
reescribiendo las páginas impresas. ¿Qué libro será? ¿Por qué lo copia? A la
manera de los músicos callejeros, ¿es él un copiador callejero? ¿Acaso por una
moneda ofrece una pequeña conversación, con el libro como pretexto?
Hace unos días, estando en un
instituto, explicaba a los jóvenes adolescentes que si querían crear una
historia la curiosidad era imprescindible, que tenían que hacer preguntas. Que
las historias se pueden encontrar en cualquier esquina o rincón. Hay cantidad
de hechos cotidianos que pasan sin que reparemos en ellos, pensando que son
intrascendentes. Al crear una historia, da la impresión de que tenemos que
contar algo increíblemente original, y nos envolvemos en nosotros mismos para
lograrlo. Pretendemos sorprender a los demás sin dejarnos sorprender nosotros
mismos. Si queréis inventar una historia, les decía a los alumnos y alumnas,
necesitáis tener todos los sentidos abiertos, reparar hasta en el
acontecimiento más humilde y hacer preguntas sobre ello. El relato que buscamos
lo encontraremos en la búsqueda de las respuestas. Y de esta manera, al
contarlo sorprenderemos a quien lo reciba con nuestra sorpresa. O no, quien
sabe, pero no lo sabremos si no andamos ese camino.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20121226/379588/eu/Koadernoa