domingo, junho 05, 2022

Filosofando

 


No suele haber muchas oportunidades para, después de una sesión de narración oral, conversar con el público. Para filosofar sobre los devenires de la narración. ¿Qué contaba el cuento? ¿Qué quería contar el narrador? ¿Qué ha entendido la escuchante? Los cuentos tradicionales nos hablan de cuestiones existenciales humanas, dicen. Cuando la narradora escoge este o aquel cuento, el público no sabe si les está hablando de sus preocupaciones existenciales; solo quiere escuchar una bonita e interesante historia y, por supuesto, bien contada, que atraiga su curiosidad. Pero al terminar la sesión de narración, los narradores se van con sus cuentos a sus casas y el público a sus cosas; sin compartir las sombras de lo narrado. Y las historias quedan huérfanas, abandonadas al borde del camino, como una botella con su mensaje a la deriva en caprichosas corrientes oceánicas. ¿Qué ocurriría en cambio, si después de una narración, nos quedásemos a departir sobre las preguntas o reflexiones o curiosidades que pueda haber generado?

                La asociación de prácticas filosóficas Jakinmin (Curiosidad) eso mismo es lo que nos propuso a creadoras y creadores de distintas disciplinas artísticas: actores, músicas, pintores y narradores. En diferentes sesiones, mostrábamos nuestros trabajos al mismo grupo de niñas y niños, para, después, departir con ellas y ellos las preguntas, reflexiones y curiosidades que surgiesen de lo expuesto. Un cementerio, un hombre que no temía a nada ni a nadie, un susto, el miedo… Les conté la historia de Jaungoikotxiki. A continuación, ellas y ellos compartían sus ideas, reflexiones, deseos que surgían de lo escuchado. Y el narrador se convertía en escuchador, descubriendo el mensaje de aquella botella perdida en el océano; acogiendo a aquellas historias huérfanas abandonadas al borde del camino. Filosofando.

Publicado originalmente en euskara en el diario GARA