“Utilizaba
mucha parafernalia, y a raíz de eso la atención de los niños se desviaba. Poco
a poco comencé a utilizar menos cosas. Quitar, quitar…,¡al final he acabado por
no utilizar nada!”. En una entrevista publicada en el suplemento Gaur8 del
diario GARA así explicaba la narradora Maite Franko su evolución en la
narración oral. Llegando del teatro hasta la narración oral, comenzó a contar
bajo esa influencia, viajando poco a poco hacia la sobriedad, hacia la palabra
desnuda. Y tiene toda la razón, ya que esa sobriedad le dará a la narración
personalidad, a la narradora reflexión y al público un camino para su
imaginación. Oteiza explicaba que desnudando la escultura, vaciándola, quitando
lo que sobraba intentaba entender el alma humana.
En esta sociedad consumista e hipócrita
que habitamos, casi sin darnos cuenta nos dedicamos al relleno. Estamos construyendo
una sociedad del relleno. Pero cuando nos deshacemos de todo aquello bajo lo
que nos escondemos, no entendemos esa sobriedad, nos da miedo, se nos hace
enorme.
Al contar cuentos, si tendemos a lo
sobrio, a quitar lo que sobra, a buscar la esencia de lo narrado, también
hacemos un ejercicio vital. Ese trabajo empujará a quien narra a la reflexión,
mostrándose desnudo ante la gente, armado solamente de la palabra y el cuerpo. Y
encandilar así a quien escucha y mira, exigirá crear lazos comunicativos, de
entendimiento, de complicidad. Uno y otro no tendrán más que la imaginación
para adentrarse en esos caminos. Y quizás aprendamos que, del mismo modo que al
contar o escuchar cuentos, en nuestras vidas también tenemos mucha parafernalia
y que tenemos que tratar de quitar y quitar; para que los demás nos entiendan;
para entender a los demás.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA