
Es comprensible que se quiera
dar a las criaturas una vida sin falsas creencias, que vivan integrados en la
realidad, no crearles miedos inútiles. Muchas veces, en cambio, se confunden
falsas creencias o supersticiones con el mundo de la imaginación, la fantasía,
los imaginarios. Mas, con toda la buena voluntad, al negar ese mundo fantástico
se ponen trabas a los senderos de la imaginación. Como los niños, los adultos también
vivimos lo cotidiano de la realidad, de la lógica, de lo concreto; pero al
mismo tiempo, estamos integrados en mundos ilógicos, oníricos e
incomprensibles. Cuando nos adentramos en los territorios de los sueños, son
parte de nuestro ser, aunque se encuentren fuera de toda lógica. El ser humano,
al crear tantos y tantos personajes mitológicos y fantásticos no lo ha hecho
para huir de la realidad, si no para entenderla, para comprender la vida misma.
Quizá, en parte, la labor de
narradores y narradoras sea dar a conocer esos seres, brujas, duendes, ogros,
diablos, lamias… Para que no desaparezcan. Para que así como de la lógica, los
niños y adultos podamos aprender de la fantástica.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA