Las brujas no existen- asevera la niña. ¿Por qué no?- le pregunto. Me
lo ha dicho mi padre. Claro, se acabó la discusión, no se puede dudar de la
palabra por el padre. Aunque, seguramente el padre no le habrá desvelado la
identidad de los Reyes Magos, ¿cómo le va a quitar esa ilusión? Es más, el
padre disfrutará, como es normal, manteniendo a la hija en esa inocente
mentira, ya que no hay nada que iguale esa ilusión que ilumina la cara de la
niña al verlos en la calle, y qué decir al descubrir esos regalos mágicos.
Pero, ¿por qué los Reyes Magos sí y las brujas no? O los fantasmas, o los
duendes, o los ogros…
Es comprensible que se quiera
dar a las criaturas una vida sin falsas creencias, que vivan integrados en la
realidad, no crearles miedos inútiles. Muchas veces, en cambio, se confunden
falsas creencias o supersticiones con el mundo de la imaginación, la fantasía,
los imaginarios. Mas, con toda la buena voluntad, al negar ese mundo fantástico
se ponen trabas a los senderos de la imaginación. Como los niños, los adultos también
vivimos lo cotidiano de la realidad, de la lógica, de lo concreto; pero al
mismo tiempo, estamos integrados en mundos ilógicos, oníricos e
incomprensibles. Cuando nos adentramos en los territorios de los sueños, son
parte de nuestro ser, aunque se encuentren fuera de toda lógica. El ser humano,
al crear tantos y tantos personajes mitológicos y fantásticos no lo ha hecho
para huir de la realidad, si no para entenderla, para comprender la vida misma.
Quizá, en parte, la labor de
narradores y narradoras sea dar a conocer esos seres, brujas, duendes, ogros,
diablos, lamias… Para que no desaparezcan. Para que así como de la lógica, los
niños y adultos podamos aprender de la fantástica.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA