Una vez estuve buscando al Príncipe
Azul en los cuentos clásicos. Por cuentos clásicos se suele entender,
normalmente, aquellos recopilados por los hermanos Grimm y por Perrault. De
todas las decenas que recopilaron los que se mencionan no van más allá de media
docena: Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente, Caperucita Roja y alguno
más. Quizás no busqué concienzudamente, ya que no encontré ni rastro del
dichoso Príncipe Azul; aunque, por supuesto príncipes sí, pero ninguno vestido
con ese color. Los he solido ver eso sí, en distintas ilustraciones y
animaciones, de la factoría Disney principalmente. Entonces me pregunté si
cuando se critican esos cuentos, y por extensión todos los cuentos populares,
se hace desde el conocimiento o, simplemente, desde una idea estereotipada de
ellos, llena de tópicos e ideas preconcebidas.
Los cuentos populares son creaciones
anónimas que evolucionan con el tiempo y, sobre todo, en la voz de quien los
narra. No hay en el mundo una cultura en la que no se cuenten cuentos. El
narrador, quizás desde el mismo momento en que surgió la palabra, ofrece con
sus narraciones una visión del mundo que habita. Cuando cuenta es parte del
imaginario y la simbología de ese mundo, expresando su visión de todo ello. El
cuento tradicional vivirá en la voz de quien lo cuenta, y cuando lo ofrece a la
gente, expresará lo que desea a través de la narración. En ese ir y venir entre
quien cuenta y quien escucha se construirá una suerte de dialéctica fantástica.
En esa relación el cuento no será más que un instrumento. Los cuentos irán
evolucionando con el tiempo en el interior del narrador, de la narradora. Ese
bello durmiente se despertará en la boca de quien cuenta. Si viste al príncipe
de azul, o con los colores del arco iris, será su decisión.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20121113/372315/eu/Printze-urdina