quarta-feira, dezembro 31, 2014

Los Mapas del Tiempo

            El tiempo mece a los hombres. Bajo las estrellas, bajo el sol, en la niebla. Las distancias oscilantes son idas y venidas de la vida en el horizonte interminable. Avanzan en la inexistencia de las horas. El cielo es un gran reloj para las miradas cansadas. En el viaje donde el tiempo y el espacio son uno, el futuro es el presente y el pasado el futuro. Y el tiempo se mece en la singladura de los hombres.
            Joxe Zabala no mira el reloj desde la borda, si no el cielo. Y las olas. Para saber dónde y cuándo está. Las olas golpean sin cesar la embarcación, como la aguja de un reloj. Cada ola es diferente, como diferente es cada segundo, que cuando pasa ya no regresará. Las estrellas son las agujas que marcan las horas. Y el espacio. Cuándo están. Dónde están. Joxe Zabala mira el tiempo desde la borda, y avanza junto con el navío.
            En la torre de la iglesia la campana golpeaba cada hora. En los campos no había reloj, pero al escuchar las doce campanadas, dejaban el trabajo y rezaban. El reloj marcaba el tiempo de Dios. El de la gente humana, en cambio, la naturaleza. El crecimiento de la hierba, el nacimiento de los corderos, la caída de las hojas. El amanecer, la mañana, el mediodía, la tarde, el anochecer, la noche. De la luna llena a la nueva. El viaje del sol. Las campanas del reloj de la torre, dibujaban un mapa diferente en el camino de la gente. Pero aquellos eran recuerdes de la infancia en la mente de Joxe Zabala. Ahora, desde la borda, los pensamientos navegan con los latidos de la mar. El viaje que hizo del monte hasta el mar, lo fue también en el tiempo. Como al atravesar la mar. En el océano no hay campanas que marquen las horas; no hay agujas girando en la vida de las personas. Las oraciones se escuchan con el mar embravecido, en silencio, cada cual para sí mismo, suplicando la ayuda de Dios. Un enfrentamiento entre la naturaleza y Dios. Los hombres agazapados en la embarcación son frágiles, pequeños, débiles. Solo les queda esperar a que acabe la batalla. Esperar.
            Hace tiempo que comenzó el viaje. El de la mar y el de la tierra. Hace tiempo que le vino la idea de componer el Mapa del Tiempo. Para poder viajar por el mundo. Así como hay mapas de la tierra compuestos de fronteras, caminos, líneas, direcciones, ¿por qué no crear un mapa del tiempo? La gente humana se ha criado y educado en geografías diferentes desde que surgió al mundo. Señaló bosques y desiertos; ciudades y países; caminos y fronteras, para poder situarse en el mundo, fortaleciendo su identidad. Señalo en un mapa de arcilla aquella primera ciudad de Nippur en Babilonia, el centro del mundo. Ptolomeo quería visualizar lo ancho del imperio. Fueron surgiendo los continentes. Se descubrió la extensión del mundo. Y se señalaron los territorios conquistados. La geografía física. Atravesó el hombre los océanos y dibujo cartas de navegación aterradoras, llenas de monstruos y peligros. Dibujó líneas imaginarias sobre las olas, para que no se perdiesen los navíos, para que ellos no se perdiesen del mundo. El ser humano se situó en geografías de tierra y agua. Se situó en su espacio. En el espacio.
            Y todos ellos recorrió Joxe Zabala. Las líneas invisibles, los territorios interminables. Con pasos polvorientos, arropado en el salitre. Y paso el tiempo en ello. Un tiempo largo. Del pasado. Del futuro. ¿Es, en cambio, el tiempo único?, se preguntó una vez. ¿Todos los tiempos del mundo son iguales? ¿Todos los relojes avanzan en el mismo camino? Tal y como las personas imaginaron su geografía, tal y como señalaron su lugar en el espacio del mundo, ¿por qué no situarse en el tiempo del mundo? Era una vieja idea. Crear el Mapa del Tiempo. Del este al oeste, del norte al sur, fue recogiendo las señales temporales de los lugares que conoció, cercanos y lejanos. Los papeles donde se recogían frases, refranes, historias, relatos, creencias llenaban los rincones de su casa, organizados por territorios. Recibió el año nuevo en Kurdistan, Palestina, China, el Rif, Oceanía, siempre en una época diferente. Vio salir el sol, mientras en otro lugar se escondía. Conoció lugares donde no había estaciones. Y reunió relojes. Relojes de todas clases que marcaban horas diferentes. Dibujó los que encontró en paredes, torres, columnas. Relojes grandes y pequeños. Relojes de una sola aguja y con múltiples. Relojes coloridos y relojes oscuros. Escucho las horas golpeadas por campanas y sirenas que las anunciaban. Vio a obreros que se dirigían a sus fábricas controlados por el tiempo de la producción. Y vio a quien, a la sombra de un árbol, esperaba que pasase el calor infernal. Los innumerables caminos del tiempo se desparramaban a los cuatro vientos en el desván de su casa. Después de tanto tiempo estaba preparado para acometer el trabajo. Era el momento de comenzar a crear el Mapa del tiempo. Pero, ¿cómo?¿Qué soporte necesitaría? Los mapas geográficos los hacían a escala, ¿qué escala necesita el tiempo? Si el tiempo es una creación humana, ¿se podrá representar en escalas diferentes?

            Transcurrieron meses entre papeles, imágenes y relojes. Horas diferentes golpeaban sin cesar en todo momento, recordando los distintos tiempos del mundo. Los pasos de las agujas iban al ritmo de sus latidos. Los segundos viajaban interminables dentro de su ser. El frio le recordó que el invierno había llegado. El año llegaba a su fin. La algarabía de la calle le anunciaba la nochevieja. Las campanas de la torre comenzaron a golpear las últimas horas. Sentía en todo su cuerpo cada golpe. Y con el último, imaginó el Mapa del Tiempo. El último lo envió al mundo.

Publicado en el suplemento dominical del diario GARA. Traducido del euskara.