El tiempo mece a los hombres. Bajo las estrellas, bajo el
sol, en la niebla. Las distancias oscilantes son idas y venidas de la vida en
el horizonte interminable. Avanzan en la inexistencia de las horas. El cielo es
un gran reloj para las miradas cansadas. En el viaje donde el tiempo y el
espacio son uno, el futuro es el presente y el pasado el futuro. Y el tiempo se
mece en la singladura de los hombres.
Joxe Zabala no mira el reloj desde la borda, si no el
cielo. Y las olas. Para saber dónde y
cuándo está. Las olas golpean sin cesar la embarcación, como la aguja de un reloj. Cada ola es
diferente, como diferente es cada segundo, que cuando pasa ya no regresará. Las estrellas son las agujas que marcan las
horas. Y el espacio. Cuándo están. Dónde están. Joxe Zabala mira el
tiempo desde la borda, y avanza junto con el navío.
En la torre de la iglesia la campana golpeaba cada hora. En
los campos no había reloj, pero al escuchar
las doce campanadas, dejaban el trabajo y rezaban. El reloj marcaba el tiempo
de Dios. El de la gente humana, en cambio, la naturaleza. El crecimiento de la
hierba, el nacimiento de los corderos, la caída de las hojas. El amanecer, la mañana, el mediodía, la tarde, el anochecer,
la noche. De la luna llena a la nueva. El viaje del sol. Las campanas del reloj
de la torre, dibujaban un mapa diferente en el camino de la gente. Pero
aquellos eran recuerdes de la infancia en la mente de Joxe Zabala. Ahora, desde
la borda, los pensamientos navegan con los latidos de la mar. El viaje que hizo
del monte hasta el mar, lo fue también en el tiempo. Como al atravesar la mar. En el océano no hay campanas que marquen las horas; no hay
agujas girando en la vida de las personas. Las oraciones se escuchan con el mar
embravecido, en silencio, cada cual para sí mismo, suplicando la ayuda de Dios. Un enfrentamiento entre la
naturaleza y Dios. Los hombres agazapados en la embarcación son frágiles, pequeños, débiles. Solo les queda esperar a que acabe la
batalla. Esperar.
Hace tiempo que comenzó el viaje. El de la mar y el de la tierra. Hace tiempo que le vino la
idea de componer el Mapa del Tiempo. Para poder viajar por el mundo. Así como hay mapas de la tierra compuestos de
fronteras, caminos, líneas, direcciones, ¿por qué no crear un mapa del tiempo? La gente humana se ha criado y educado en
geografías diferentes desde que
surgió al mundo. Señaló
bosques y desiertos; ciudades y países; caminos y fronteras, para poder situarse en el mundo,
fortaleciendo su identidad. Señalo
en un mapa de arcilla aquella primera ciudad de Nippur en Babilonia, el centro
del mundo. Ptolomeo quería visualizar lo ancho del
imperio. Fueron surgiendo los continentes. Se descubrió la extensión del mundo. Y se señalaron
los territorios conquistados. La geografía física. Atravesó el hombre los océanos y dibujo cartas de navegación aterradoras, llenas de monstruos y peligros. Dibujó líneas
imaginarias sobre las olas, para que no se perdiesen los navíos, para que ellos no se perdiesen del mundo. El
ser humano se situó en geografías de tierra y agua. Se situó en su espacio. En el espacio.
Y
todos ellos recorrió Joxe
Zabala. Las líneas
invisibles, los territorios interminables. Con pasos polvorientos, arropado en
el salitre. Y paso el tiempo en ello. Un tiempo largo. Del pasado. Del futuro. ¿Es, en cambio, el tiempo único?, se preguntó una vez. ¿Todos los tiempos del mundo
son iguales? ¿Todos
los relojes avanzan en el mismo camino? Tal y como las personas imaginaron su
geografía, tal
y como señalaron
su lugar en el espacio del mundo, ¿por qué no situarse en el tiempo del mundo? Era una vieja
idea. Crear el Mapa del Tiempo. Del este al oeste, del norte al sur, fue
recogiendo las señales
temporales de los lugares que conoció, cercanos y lejanos. Los papeles donde se recogían frases, refranes,
historias, relatos, creencias llenaban los rincones de su casa, organizados por
territorios. Recibió el año nuevo en Kurdistan,
Palestina, China, el Rif, Oceanía, siempre en una época diferente. Vio salir el sol, mientras en otro
lugar se escondía.
Conoció
lugares donde no había
estaciones. Y reunió
relojes. Relojes de todas clases que marcaban horas diferentes. Dibujó los que encontró en paredes, torres,
columnas. Relojes grandes y pequeños. Relojes de una sola aguja y con múltiples. Relojes coloridos y
relojes oscuros. Escucho las horas golpeadas por campanas y sirenas que las
anunciaban. Vio a obreros que se dirigían a sus fábricas controlados por el tiempo de la producción. Y vio a quien, a la sombra
de un árbol,
esperaba que pasase el calor infernal. Los innumerables caminos del tiempo se
desparramaban a los cuatro vientos en el desván de su casa. Después de tanto tiempo estaba preparado para acometer el
trabajo. Era el momento de comenzar a crear el Mapa del tiempo. Pero, ¿cómo?¿Qué soporte necesitaría? Los mapas geográficos los hacían a escala, ¿qué escala necesita el tiempo?
Si el tiempo es una creación humana, ¿se podrá representar en escalas diferentes?
Transcurrieron
meses entre papeles, imágenes y
relojes. Horas diferentes golpeaban sin cesar en todo momento, recordando los
distintos tiempos del mundo. Los pasos de las agujas iban al ritmo de sus
latidos. Los segundos viajaban interminables dentro de su ser. El frio le
recordó que el
invierno había
llegado. El año
llegaba a su fin. La algarabía de la calle le anunciaba la nochevieja. Las campanas
de la torre comenzaron a golpear las últimas horas. Sentía en todo su cuerpo cada golpe. Y con el último, imaginó el Mapa del Tiempo. El último lo envió al mundo.
Publicado en el suplemento dominical del diario GARA. Traducido del euskara.