quinta-feira, abril 08, 2010

Vaciar la palabra




Visitar el Museo Oteiza no es solamente disfrutar con las creaciones de uno de los escultores más significativos del s.XX; es, además, adentrarse en las reflexiones en torno a la creación artística y su sentido en relación con la existencia humana. Tanto su figura discutida y discutidora, como sus creaciones y reflexiones, siguen siendo hoy en día fuente de reflexiones diversas. El museo emplazado en la última morada del escultor vasco en la localidad navarra de Alzuza, nos invita, además de contemplar un estupendo recorrido por su mundo creativo, a reflexionar sobre el hecho mismo de los procesos creativos y su sentido. Sus reflexiones sobre el vacío y su plasmación, tanto en sus obras escultóricas como en sus escritos, reflejan un profundo interés en entender el ser humano y el sentido de su existencia. El vacío como creación, como búsqueda de una dialéctica con la persona humana. La escultura como aquello que queda cuando se desocupa el espacio. No es la escultura los elementos que conforman la pieza, sino esos materiales son los que nos enseñan, nos emplazan el vacío. Los apóstoles del friso del santuario de Aranzazu en Oiñati, Gipuzkoa, son figuras vaciadas, sin entrañas, en las que se muestra el ser humano en sí mismo, sin nada que ocultar. La contemplación de esas figuras no es simplemente contemplar algo bello, es pensar sobre ello.
Pero, ¿es aplicable esa concepción del vacío a otros caminos creativos? ¿Puede la narración oral adentrarse en esas reflexiones en torno a la desocupación del espacio?Quizás sean reflexiones demasiado influidas por una visita museística; pero, en definitiva, eso debería ser lo interesante, que la obra de un artista suscite reflexiones en torno a distintas cuestiones. Y la narración oral no creo que deba estar ajena a cuestiones diversas que ayuden a su desarrollo y evolución, al mismo tiempo que nos hagan entender el hecho creativo humano, su razón de ser.
Y la cuestión del descubrimiento del espacio vacío como lugar de reflexión creativo en la búsqueda de entendimiento del ser humano, cuando menos, es una interesante propuesta. Si consideramos que los cuentos en boca del narrador surgen de algo tan intangible como es su mente creativa, podremos colegir que en realidad surgen de la nada, de una nada que toma cuerpo en cuanto se la rodea de unas formas que llamamos palabras. Las palabras vendrían a ser esas formas concretas, ese material que nos señala esa intangibilidad del pensamiento y la imaginación. Las palabras son sonido en boca del narrador, como en la escultura son piedra o metal. Esos sonidos demarcan la narración, señalándonos la esencia de lo que encierra el cuento. La importancia de la narración no sería entonces la forma, sino lo que esa forma esconde, lo que el narrador nos quiere contar, aquellas cuestiones de la existencia humana que habitan en su mente. La adecuada utilización y colocación de las formas, las palabras, harán posible que surja entre narrador y oyente la necesaria relación para una dialéctica narrativa, siendo ahí donde radica su importancia. Pero de la misma manera que existe una dialéctica entre narrador y oyente, existe la dialéctica entre lenguaje y pensamiento. Esta relación dinámica nos debe empujar a una continua reflexión sobre el hecho narrativo y su relación con la persona humana y su devenir existencial.
La narración, al igual que otras actividades creativas, es reflexionar, buscar, preguntar. Es quitar material, material que no nos deja ver la esencia de lo que se esconde detrás, en el interior. Buscar esa nada, donde puede que este todo, y a partir de ahí ir planteando nuevas preguntas. Y exponerlas al exterior, de forma bella, atractiva, pero planteando a quien escucha una historia, una dialéctica consigo mismo y el mundo que le rodea; mundo lleno de personas como ella, como él. Quizás, en realidad, lo que Oteiza nos quiere contar a través de sus esculturas son cuentos escondidos en sus cajas metafísicas.