“Piripidpit, una joven con ideas claras y mucho
carácter, tenía que casarse con el guerrero Moroiá, pero no lo soportaba”. Así
comienza un cuento de los indígenas tupari del Amazonas. Como otras muchas en
el mundo, la chica de esta historia pagó muy caro ese desprecio. “En cierta ocasión, al ser rechazado de
nuevo, Moroiá no se contuvo y, lleno de odio, juró vengarse. Después invitó a
sus amigos a tender una trampa a la joven”. Y como muchas otras mujeres, Piripidpit cayó en la trampa, y la
mataron. Después de asesinarla, encendieron un fuego y asaron el cuerpo de la
chica. “Mientras la asaban, cantaban
canciones feroces alrededor del fuego. La carne chisporroteaba como la de un
animal grasiento asándose lentamente”. Después, comieron el cuerpo de la
joven. Un cuento duro. La mujer que cuenta la historia explica que esta
historia se les contaba a las chicas que no querían casarse.
Es un cuento, del Amazonas;
desgraciadamente hay muchas Piripidpit en el mundo y fuera de los cuentos. El
universo de los cuentos nos traen el imaginario y la realidad de las personas a
través de narraciones crudas o, supuestamente, “inocentes”. El narrador, la
narradora se convierte en una suerte de intermediaria entre la historia y el
público. La narración nos cuenta una historia, pero quien la narra decidirá
cómo colocarse ante ella. La historia de Piripidpit es la de muchas que han
sido y son. Quien la narre debe decidir si la hace suya. Como en la vida en los
cuentos también tendrás que decidir desde dónde miras, y aquí también, si
colocarte las gafas violetas o no; ser guerrero, o una mujer de ideas claras y
mucho carácter.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA