Desde hace tiempo los narradores y narradoras
llevamos una “pelea” para que la narración oral tome en la cultura el lugar que
le corresponde, es decir, ser considerada como una expresión creativa de las
artes escénicas. Por lo menos algunos y algunas. Quizás para muchos esto sea
una verdad de Perogrullo; pero, en general, lo que destaca es una falta de
definición. La narración oral como una actividad dirigida a la infancia es,
seguramente, la idea más extendida, y, muchas veces, más que estar dirigida a
enriquecer el acerbo cultural de niños y niñas, se limita a mero pasatiempo. También
suele considerarse como una rama de la literatura escrita, de este modo, parece
ser que las bibliotecas son el espacio “natural” de la narración contada.
Quizás debido a esta consideración es complicado, cuando no imposible, acceder
a salas teatrales, pequeñas, medianas o grandes. Estos no serían grandes
problemas si no ocultasen la evolución que presenta la narración oral
contemporánea.
Podemos enumerar más preocupaciones en
torno a la narración oral, pero estos últimos días ha caído sobre esta
actividad una verdadera bomba de relojería, que puede llegar a condicionar la
existencia de la narración oral como actividad profesional. La subida del IVA
al 21% viene a levantar un verdadero muro al desarrollo y supervivencia de la
narración oral. Si hasta ahora había verdaderas dificultades para poder
negociar unos cachés dignos, con esta subida se convertirá en una labor de
titanes, precarizando aún más el oficio, teniendo que asumir el o la artista en
su salario la subida para poder trabajar. En estos tiempos procelosos, la
cultura sufre una situación de crisis brutal, en silencio, pero con miles de
puestos de trabajo al filo de la navaja; siendo la narración oral en esta
situación la cenicienta. Contar cuentos no es simplemente, algo “bonito” ni de
tradición milenaria, es también un oficio, y las políticas económicas neoliberales
que estamos sufriendo, tal y como estallan en las vidas de la clase
trabajadora, condena a los narradores y narradoras a un agujero negro sin
fondo. Nos atañe a nosotros y a la sociedad que la narración oral no se hunda
en estos embates económicos. Para que no gane el rey malvado.