quarta-feira, julho 25, 2012

I.V.A.



         Desde hace tiempo los narradores y narradoras llevamos una “pelea” para que la narración oral tome en la cultura el lugar que le corresponde, es decir, ser considerada como una expresión creativa de las artes escénicas. Por lo menos algunos y algunas. Quizás para muchos esto sea una verdad de Perogrullo; pero, en general, lo que destaca es una falta de definición. La narración oral como una actividad dirigida a la infancia es, seguramente, la idea más extendida, y, muchas veces, más que estar dirigida a enriquecer el acerbo cultural de niños y niñas, se limita a mero pasatiempo. También suele considerarse como una rama de la literatura escrita, de este modo, parece ser que las bibliotecas son el espacio “natural” de la narración contada. Quizás debido a esta consideración es complicado, cuando no imposible, acceder a salas teatrales, pequeñas, medianas o grandes. Estos no serían grandes problemas si no ocultasen la evolución que presenta la narración oral contemporánea.
         Podemos enumerar más preocupaciones en torno a la narración oral, pero estos últimos días ha caído sobre esta actividad una verdadera bomba de relojería, que puede llegar a condicionar la existencia de la narración oral como actividad profesional. La subida del IVA al 21% viene a levantar un verdadero muro al desarrollo y supervivencia de la narración oral. Si hasta ahora había verdaderas dificultades para poder negociar unos cachés dignos, con esta subida se convertirá en una labor de titanes, precarizando aún más el oficio, teniendo que asumir el o la artista en su salario la subida para poder trabajar. En estos tiempos procelosos, la cultura sufre una situación de crisis brutal, en silencio, pero con miles de puestos de trabajo al filo de la navaja; siendo la narración oral en esta situación la cenicienta. Contar cuentos no es simplemente, algo “bonito” ni de tradición milenaria, es también un oficio, y las políticas económicas neoliberales que estamos sufriendo, tal y como estallan en las vidas de la clase trabajadora, condena a los narradores y narradoras a un agujero negro sin fondo. Nos atañe a nosotros y a la sociedad que la narración oral no se hunda en estos embates económicos. Para que no gane el rey malvado.

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