Llueve a mares. El viento parece enfadado con el mundo. No puedo respirar por la nariz, y los pañuelos de papel se amontonan en la mesa. Y tengo que escribir un artículo. Para la revista del pueblo. "El articulo", trimestral. Sobre lo que me parezca. Sobre lo que se me ocurra. Sobre lo que vea, sienta o piense. Sobre el mundo, o sobre mi mundo. Sobre todo, que lo escriba. ¿Por donde comienzo? ¿Pensando el titulo, cual bomba fantástica a la manera de Rodari? O quizás debiera pensar el tema. Sí, un tema interesante, atractivo, atrayente. Un tema que enganche desde la primera frase. Aunque tampoco es una mala opción, a la manera dadaista, plantearme la escritura automática, es decir, comenzar a juntar letras sin un objetivo concreto, según vengan a la mente mientras escribo. Tampoco es descartable el copiar un artículo enviado hace un par de años, y enviarlo de nuevo; hasta Cela repitió discurso en la entrega del Cervantes. Además, ¿quién se acordará de aquel?; y en caso de que alguien se de cuenta, siempre puedes alegar lo del traspapeleo. No, mejor dejar de lado esta opción, seguro que la descubriría una noche de cervezas, en un absurdo monólogo sobre literatura y periodismo con alguien a quien le importase el tema un pimiento.
Tengo que escribir un artículo, un artículo corto, sin pretensiones, de usar y tirar. Y no consigo pasar de una frase. Pienso en aquellas personas que escriben cientos de páginas, y sobre todo en quien las leen. No es cosa fácil el escribir. Buscar, investigar, probar, errar... No es cosa fácil el escribir. Como no lo es el leer. La escritura y la lectura, dos actividades que se necesitan mutuamente. Y quien escribe sabe que lo importante no es ese ayuntamiento, sino encontrar la verdadera razón por la cual merece la pena ofrecer el pensamiento propio a través de una serie de signos convencionales.
Y sigue lloviendo, sigue el viento cabreado. Y no queda sitio en la mesa para tanto papel arrugado.
1 comentário:
Y mientras tanto, yo sigo leyendo...
Enviar um comentário