La inspiración es como el oleaje marino, que va y viene. Ese continuo movimiento, al igual que las llamas del fuego, nos atrapa volcándonos en nosotros mismos, recorriendo los rincones de nuestro imaginario. ¡Ay!, pero cuán difícil es retener todo ese mecer fantástico desarrollándolo y fijándolo en una creación artística. Todas las personas tenemos la capacidad de imaginar, esto no es privativo de mentes privilegiadas, ni siquiera de la infancia. Mas la capacidad de concretarlo en una creación no pasa tanto por dicha capacidad como por la constancia y el trabajo de buscar la forma de darlo a conocer a los demás, como resultado de un proceso creativo.
Y así ocurre que muchas veces, nos viene al entendimiento los retales de lo que podría ser una buena historia, pero después de tratar de casar y coser dichos trozos de imaginación, no alcanzamos a diseñar ese vestido que muestre tal maravillosa historia con una estética (y, por qué no, una ética) que le haga justicia. Y entonces, la almacenamos en algún lugar de nuestra memoria, con la esperanza de que alguna vez surja con todo su potencial narrativo.
Como la historia de ese Icaro moderno, despedido de su trabajo. Desde la adolescencia trabajando en la misma fábrica, esperando a lo largo de los años la jubilación para poder seguir viviendo sin la preocupación de tener que vender su fuerza de trabajo para ello. Pero, ahora se encuentra en la calle, despedido, abandonado a las reglas de un mercado que no entiende. Y se encuentra que su vida ha perdido su sentido, no sabe hacia dónde caminar, la vida misma se le hace extraña. Sentado en un banco de un parque de un barrio proletario, se imagina que vuela sobre esa ciudad que supone conocer. Descubre su ciudad como una mar de oleaje rojizo y gris, imaginando sus habitantes como peces que surcan esas turbias aguas sin destino conocido. Con una memoria de diez segundos, simplemente nadan entre corrientes que los llevan de un lado para otro. Pero en esa pesimista imagen de sus vidas, descubre algo que le hará ver la belleza y el sentido de ese mar humano. Y sonríe en su vuelo.
Intuyo que puede ser una buena historia. Aunque, quizás, no alcance a encontrar ese camino que la convierta en eso que es dado llamar, creación artística. Puede que alg
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