Un amigo
vivió un suceso extraño. Como iba a casarse en el extranjero tuvo que
formalizar unos papeles en la embajada española; su sorpresa fue extrema cuando
le comunicaron que no existía. No podía creerlo, asaltado, de repente, por las dudas de su propia existencia. Nacido
fuera de España, en el exilio de su familia republicana, parece ser que no
existía registro alguno de su llegada al mundo. Pero él estaba allí, en carne y
huesos, delante de aquel funcionario. Y este se dirigía a él. No era, pero
estaba. Tenía nombre y lo nombraban. Parece ser que el exilio lo condenó a la
inexistencia.
El escritor
vasco Marc Legasse imaginó una linda metáfora con los contrabandistas y Euskal
Herria, en su obra “Los contrabandistas de Ilargi Zaharra”. Los contrabandistas,
como Euskal Herria, son pero no existen; transitan bajo la luz de ilargi zaharra, la luna llena, en un mundo
sin fronteras. Condenados a la inexistencia, caminan por senderos ocultos
conscientes de su propia presencia. Como las brujas. Unos hombres discutían en
un bar sobre la existencia de las brujas. Uno de ellos regresaba a casa echada
la noche, cuando se le aparecieron las brujas en el camino. Y se lo dejaron
claro: “¡Que no somos pero somos, aquí
estamos ciento cincuenta y cinco!”. Y una tras otra le fueron golpeando. Al
amanecer lo encontraron ahorcado de un árbol.
Del mismo modo los narradores y narradoras extienden, a
la luz de la luna llena, los nombres de lo que existe. Viajan a través de las
palabras. Y con ellas. Eduardo Galeano escribió que “quien sabe contar cuenta sabiendo que el nombre es la cosa que el
nombre nombra”. Y aun habiendo muchos narradores y narradoras, es difícil
conocer sus nombres. Como ese amigo inexistente, al narrador, a la narradora le
ocurre que tiene que reivindicar su existencia, su nombre.
1 comentário:
que bonito
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