La inevitable necesidad de querer existir de las naciones sin estado, impulsa, necesariamente, la reivindicación y formación de un imaginario propio; ¿cómo, sino, demostrar que son? ¿Cómo dar a conocer entre las demás naciones del mundo su lugar y su existencia? ¿Cómo dar a conocer entre los miembros de dicha nación la importancia y el orgullo de existir? Cuando los pueblos condenados a la inexistencia desean aclamar que son algo más que folklore, surge la necesidad de un imaginario propio. Un imaginario de la existencia lleva dentro de si la memoria y el futuro.
Como en los cuentos
heredados, hay que abandonar el hogar, encontrar cómplices, conseguir objetos
mágicos, cuidar la ayuda mutua para sortear las trabas y dificultades del
camino; por último, con la ayuda de la sabiduría acumulada, regresar a casa
para emprender una vida renovada tras entender mejor el mundo. No es posible
imaginar un mundo nuevo y mejor sin imaginación. Sin conocer las maravillas del
mundo, ¿cómo imaginar una nación maravillosa? Por encima de la épica, esa
nación se construiría sobre la poética.
En una escuela de un barrio de cemento
y sudor, en un aula multicolor la maestra cuenta a las alumnas y alumnos;
quizás el cuento del joven que se enamoró de la lamia; o aquél que explica por
qué el búho vive de noche. Les contará cómo el terrible Tártalo perdió su único
ojo; o el tiempo en que el musgo aprendió a hablar. Y esas niñas y niños
coloridos, con ese imaginario fantástico y poético compartido, comenzarán a
imaginar el futuro de ese pueblo condenado a la inexistencia. Donde todo será
posible; donde todas y todos serán posibles.
Publicado originalmente en euskara en el diario GARA
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