Es una discusión recurrente la que tenemos ene l mundo de la narración oral sobre si la narración es teatro u otra cosa. Parece ser que en la sociedad que habitamos, las definiciones son necesarias para que cada cual pueda mostrar su actividad lo más concretamente posible. Géneros literarios, estilos musicales, propuestas teatrales, todo se clasifica y define. ¿Necesita, en cambio, la creación de esa fiebre clasificadora? ¿Lo necesita el creador? Soy de la opinión de que en realidad es una necesidad del mercado cultural; el cual, aquí también, destaca sobre otras razones o dinámicas. Y el mercado, en la cultura también, necesita de organización (aunque últimamente se haya demostrado que es más imagen que otra cosa). La preocupación en diferenciar la narración oral del teatro (no así en cambio de la literatura escrita, la mayoría de las veces), la ha impulsado, en gran medida, la necesidad de desarrollar un nombre propio dentro de ese mercado cultural; la necesidad de transmitir las características propias de esta actividad creadora; propagar la especificidad de la creación narrativa oral. Pero, ¿son tan diferentes la narración oral y el teatro?
Hay libros que enseñan, que continuamente te atraen hacia ellos ayudándote a esclarecer dudas. Dario Fo escribió “Manual Mínimo del Actor”, libro imprescindible para quien ame el teatro. A lo largo del libro comenta cuestiones tanto del teatro actual como del teatro antiguo. Entre estas últimas nos trae una mención a un texto de la época de la Contrarreforma, escrito por un tal Ottolelli, colaborador del Cardenal Carlo Borromeo. Ottolelli escribe sobre la comedia y los comediantes: “(…) los cómicos no emplean en todas las representaciones las mismas palabras de la nueva comedia, se inventan cada vez, aprendiendo antes la sustancia, como en breves capítulos y puntos concretos, recitan después de manera improvisada, adiestrándose así a una manera libre, natural y graciosa. El efecto que logra en el público es de gran implicación, esa manera tan natural despierta pasiones, emociones, que son de gran peligro por la alabanza que se hace de la fiesta amoral de los sentidos y de la lascivia, del rechazo de las buenas normas, de la rebelión a las santas reglas de la sociedad, creando gran confusión entre las gentes sencillas”. Pues bien, no creo que este tipo pensase que los comediantes y los narradores fuesen hijos de distinta madre. De todas maneras, discusiones aparte, la mejor manera de poder enriquecer los criterios en torno a esta cuestión, es conocer las propuestas narrativas orales, así como reflexionar sobre el trabajo que se hace y las propuestas que se trabajan. Y sobre todo, tener claro que lo principal es que la narración distraiga al público, sin ignorar su capacidad reflexiva.
1 comentário:
Totalmente de acuerdo.
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