“¿Dónde está propiamente el que duerme?” Maria Zambrano
Los sueños tienen su propio tiempo.
Cuando dormimos el tiempo transcurre a otra velocidad, no más rápido, ni más
lento, sino en el tiempo del sueño. Y en ese devenir todo es posible.
Entraremos en otra dimensión de nosotros mismos; que nos trasportará fuera de
nuestra cotidianeidad. Podremos ir al lugar más lejano y conversar con la
persona más extraña. Viviremos momentos espantosos y gozosos. Andaremos de
taberna en taberna por aquel pueblo, con esa amistad que no veos hace años, y
cumpliremos con lo incumplido entonces. Y lloverá en un día soleado, y
pasearemos por el Himalaya en bañador, con un mojito en la mano, bailando sala
con los sherpas. Y los relojes se
derriten en los sueños, pues el tiempo es elástico en los sueños.
“Entrar
bajo el sueño es por tanto desprenderse, sin perderlas, de las envolturas
temporales que caracterizan la vigilia, irse despojando de todo lo que a ellas
corresponde”. La filósofa María Zambrano nos alecciona sobre la relación
que se da en las personas entre el tiempo y el sueño. Nos habla de la
conciencia del tiempo y su importancia en la vida humana. El dormir y la
vigilia analizados desde esas percepciones temporales; investigando y
reflexionando sobre la misma existencia humana condicionada por la
temporalidad. La importancia del tiempo en nuestras vidas comienza en el
momento mismo que tomamos conciencia de nuestra existencia; no en el tiempo que
marca el reloj, sino en la división del día y la noche, de la luz y la
oscuridad, tomados ellos dos como dos espacios. Y en esos dos espacios
dividimos nuestra consciencia y nuestra inconsciencia. El soñar no es
simplemente una acción, según Zambrano, es también un espacio, donde ocurren
cosas que escapan a nuestro control, sin tiempo, o, si lo preferimos, fuera de
un tiempo que no conocemos. Quizás por eso mismo soñemos despiertos. Ese
espacio, ese acontecimiento que ocurre mientras dormimos, que escapa a nuestro
control, deseamos repetirlo desde la consciencia. Rompemos entonces con nuestro
tiempo cotidiano y queremos partir hacia otra realidad. Y soñamos lugares
desconocidos, lejanos, viajes deseados y gentes extraordinarias. Situaciones
gozosas, tranquilos atardeceres y fiestas con desconocidos. Imaginamos playas
paradisíacas y montañas inexpugnables; selvas insondables y desiertos
interminables. Y organizamos un viaje. El viaje de nuestros sueños. El viaje no
será lo que está aconteciendo, sino lo imaginado con antelación y lo rememorado
después. Entonces el viaje existirá en otro tiempo, no será presente, ni pasado
ni futuro, sino que, como en los sueños, existirá en su propio tiempo;
reflejará otra realidad, que no ocurre mas que en nosotros mismos y que, a
menudo, existirá fuera de nuestra control consciente. El viaje será el lugar
que nos ayuda a escapar de nuestra cotidianidad, de la rutina, del trabajo, de
los problemas. A través del viaje imaginaremos otra vida, donde todo es
posible, donde el tiempo será otro tiempo.
Pero, al mismo tiempo, es necesario
terminar el viaje, regresar, para así tomar consciencia de él, ya que sólo así
existirá. Como en los sueños, donde es imprescindible despertar para poder tomar
consciencia de ello. Necesitamos de estos dos espacios para tomar conciencia de
nuestra existencia, ya que de no discernirlos se nos haría incomprensible esa misma existencia. Pero, al mismo tiempo,
necesitamos socializar esa experiencia, compartirla con el otro, fortaleciendo
de este modo el recuerdo de aquello que queda fuera del tiempo y, al mismo
tiempo, reafirmaremos su presencia. Y sentiremos el placer de viajar.
Qué ocurre, en cambio, cuando para
alguien el viajar se convierte en obligación, una obligación nada placentera.
Cuando el sueño no es conocer territorios maravillosos, o culturas
desconocidas. A quien el sueño del viaje se convierte en pesadilla, ¿deseará
pasar a ese tiempo desde el cotidiano? Da la impresión que el viajar, conocer
el mundo, los viajes aventura, los de placer o los alternativos, se hayan
convertido en imprescindibles en nuestra sociedad occidental, norteña. Y quien
no viaja no conoce los placeres de la vida. Pero para la mayoría de los
viajeros que atraviesan el planeta, el viajar no es ningún placer, sino una
condena. Y sus sueños quedaron en aquel lugar que dejaron atrás, o robados por
las mareas marítimas, o en una espalda mojada. Quizás los que sueñan esos
mundos maravillosos, sean los familiares y amigos que, en aquel lugar del mundo
abandonado y lejano, esperan el relato de un viaje extraordinario.
¡Ay!, pero estos no son viajeros o
aventureros sino emigrantes. Los viajeros son poseedores del tiempo de los
sueños, los emigrantes, en cambio no tienen nada, ni derecho a soñar. Son
despojados del tiempo de sus sueños. “…decir persona es decir libertad y
disponibilidad de tiempo”, nos señala María Zambrano, por lo que al negarles
ese tiempo, les negamos de esta manera la libertad. Soñar un mundo nuevo, es
soñar un nuevo tiempo, donde todas las personas tengamos ese derecho, es decir,
derecho a nuestros sueños y a nuestro tiempo. Viajar debería ser adentrarse en
esos territorios, y acoger a los viajeros en nuestra casa en hacernos
partícipes de sus sueños. Para entrar en un tiempo nuevo de la Historia.
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